domingo, 16 de febrero de 2014

A pesar de cinco incendios

Por: Daniel Bravo Andrade

Los moravitas son personas que cuando llegaron a Medellín desplazados o buscando oportunidades fueron recibidas con nada o con basura. Fueron recibidos con los desechos y el olvido de una ciudad en crecimiento. Y con esa basura supieron construir algo.


Como el protagonista de Balada del mar no visto, miles de desplazados han llegado, y siguen llegando, a las orillas de la montaña donde reposa Moravia. Pero estos desplazados, así como muchos hijos de los descendientes de los moravitas -gentilicio del barrio-, no conocen la historia de una comunidad que se resiste a que la olviden.
El sector comprende alrededor de 42 hectáreas y en él viven aproximadamente 45.000 personas. Cuenta con su propio Centro de Memoria Barrial desde donde se impide que quede en el pasado la historia de los éxitos de hoy y el profundo cambio social del lugar, objetivo que le ha costado a sus habitantes sangre, sudor y lágrimas derramados sobre basura, podredumbre y fuego.

Moravia llegó a ser el barrio más deprimido de la ciudad, tuvo presencia de paramilitares, narcotráfico, milicianos y bandas criminales. Hubo indigencia, problemas de salud, empleo y escolaridad. Sin embargo, el panorama ha ido cambiando durante los últimos años, proceso que algunos atribuyen a un rescate social del gobierno mediante la inversión y construcción de espacios aledaños como el Jardín Botánico, el Parque Explora, Ruta N, entre otros. Sin embargo, muchos aseguran que estos proyectos obedecen a una deuda social de un Estado que estuvo ausente durante treinta años y a la presión de una población con determinación férrea en salir adelante.

Las primeras piedras de El Morro

Antes de que Moravia fuera el basurero municipal había sido un enclave diferencial en el Valle de Aburrá y la región. Así cuenta Yeison Alexander Henao, sociólogo y promotor cultural comunitario del Centro de Desarrollo Cultural de Moravia: “En Moravia quedaba el Bosque de la Independencia, emblema para la gente de la década de los 60, de los 50, de hasta hace cien años. [] Esta zona pasó de ser el futuro Poblado, con unos equipamientos, con unos enclaves culturales, con teatros, con el manicomio departamental, con tres iglesias clásicas de Medellín (San Nicolás de Torentino, San Cayetano, El Calvario -Patrimonio de la nación-), a ser una muestra del abandono estatal.”

Otro de los vestigios del potencial del sector es la Casa Museo Pedro Nel Gómez, construida por él mismo y su familia el 15 de noviembre de 1975. El lugar no sólo alberga y expone las obras murales más imponentes del artista sino que también es un punto de referencia por su arquitectura, la biblioteca pública y otros servicios que allí se prestan. Tan representativa es esta Casa Museo; que el Gobierno Municipal hizo que las fachadas de las casas aledañas  a ella fueran pintadas con réplicas de obras del Maestro Gómez y otros artistas.

A pesar de esto, la Casa Museo, las iglesias y los teatros pasaron a hacer parte de un sector de la ciudad que el gobierno tuvo en el olvido durante muchos años.
Henao continúa su narración: “Hubo un momento coyuntural, desde 1965 hasta 1984, que es cuando se cerró el basurero. Al tiempo hubo una invasión colectiva de la ciudad y su periferia causada por el conflicto armado [] Hubo una hacinación (hacinamiento) de estos espacios diferentes, y entonces la transformación histórica positiva de esta zona terminó en el 70 [] Esos años 70 pararon esto, y ya después pasó todo lo contrario: masacres, exterminios, pobreza, violencia, problemas de educación, problemas de salud, etc”.

Desde los años 70 se comenzó a verter basura en El Bosque, uno de los lugares que actualmente componen, junto a El Oasis y El Morro, a Moravia.

Desde la década de los 50, la Administración Municipal disponía de la quebrada La Bermejala y del río Medellín para verter, día a día, los residuos de la urbe en crecimiento. Algunos habitantes de la ciudad habían encontrado ya en la basura su fuente de ingresos, por eso los “basuriegos”, como se les llamaba, seguían el rastro de los depósitos a donde se trasladaban por la ciudad, hasta que se canalizó el río y se empezaron a llenar los lagos donde hoy por hoy está asentado lo que fue el cerro de basura de Moravia.

Desde entonces, las familias se conformaron en torno a esta práctica incluyendo a sus hijos como mano de obra barata, además era uno de los trabajos que alguien, desplazado o no, podía tomar.

La deuda social e histórica comenzó a sanearse en 1983 con el aviso del cierre del basurero. En ese momento, según el Informe de Comunicaciones del Programa de Rehabilitación Social Urbana del basurero de Moravia de 1985, el cerro era: “[] humeante, con más de treinta metros de altura, es el mayor foco de contaminación de la ciudad... [] El drama aumenta, cuando se sabe que de un kilo de basura -se depositan más de 500 mil kilos cada día– se pueden generar 70 mil moscas que recorren hasta doce kilómetros. A pesar de las fumigaciones, hay cálculos de que existen allí 500 mil ratas...”

El día que ardió la montaña

En 1983 se estrenó la película Balada del mar no visto, que cuenta la historia de un hombre que quería ir al mar. Zarpó desde una ciudad en un nido de montañas siguiendo el rumbo de las aguas, pero por los cambios del destino terminó en el “horizonte trunco de la ciudad que había devorado sus esperanzas”. Ese horizonte de la ciudad, olvidado y acabado era Moravia.
El cierre de El Morro en 1985 no significó que las personas dejaran de vivir en el basurero. Con la reubicación de las familias –contando también con que algunas de ellas se negaron a salir de allí- llegaron numerosos conflictos sociales. Todo esto mientras seguían llegando desplazados de diversas regiones del país.

Moravia es un barrio sin rito fundacional cuyas invasiones comenzaron desde 1955, cuando cuatro o cinco familias llegaron al lugar que era en ese momento una zona de mangas junto al ferrocarril. Habitar un terreno significaba apropiarse de este, por eso las invasiones siguieron aumentando hasta que en 1965, por el vertimiento de los escombros en unos lagos cercanos, hubo un masivo éxodo hacia el lugar. El cerro fue legalizado como basurero en 1978, pero legales o no los trece años de escombros ya estaban ahí. De ese punto pasaron otros seis años, hasta 1984, donde basura de todo tipo continuó siendo vertida sin parar.

Se dice que en Moravia podía encontrarse basura de todas las partes de la ciudad, que de las personas que vivieron en Medellín en esa época son los escombros que conforman El Morro, y hasta que esos escombros, que están en la base, evitan que este se hunda.

Pero esos escombros no evitaron el incendio que, en el 2007, arrasó con más de 220 ranchos y dejó sus secuelas en otros tantos. Para algunos el incendio fue la bienvenida de sus nuevos hogares mientras que para otros fue la pérdida, de nuevo, de su hogar: el incendio era el quinto en los últimos cinco años.

Dice Diego García-Moreno, en Moravia y el mar, donde vuelve al barrio 25 años después de Balada del mar no visto: “Cuentan que el pantano se convirtió en plástico y cartón, luego en madera, después en cemento y ladrillo, y que un barrio se derramó por sus laderas.”
Julia, una vendedora de jugos del sector que hace 24 años vive ahí, cuenta que las llamas se sentían desde la base de la montaña en ese momento no tenía los ‘lujos’ de ahora –tejas de lata, cables de energía expuestos- alcanzaron a sufrir daños.

Ella contó que las 1.100 personas que quedaron sin hogar perdieron sus casas de madera y materiales encontrados en la basura, como plástico, que eran altamente inflamables, sumando, entre otros, la cercanía entre ellas –algunas inclusive compartían paredes- y las difíciles vías de acceso y salida al El Morro.

Hoy Julia vive de vender jugos de frutas, avena y otros en una esquina cercana al Centro de Desarrollo Cultural de Moravia. Ha habitado un mismo barrio en dos épocas: uno con cantinas, billares, incendios, milicianos y balaceras; y otro, que según ella, comenzó hace cinco o seis años, donde puede salir sin problemas con su carro a la calle a trabajar desde las 4:30 de la mañana.

Una población determinada

Actualmente, Moravia se asemeja a otros barrios de la ciudad en muchos sentidos: tiene problemas de recolección de basuras, vendedores ambulantes, cercanía a sistemas masivos de transporte, Testigos de Jehová que tocan de puerta en puerta y la cercana construcción de un centro comercial que tendrá McDonalds, Mimo’s y El Corral.
Pero la historia de los habitantes de los moravitas es diferente a la de quienes viven en otros barrios.

Todavía Moravia queda cerca de todo, pero lejos de nosotros. El Informe de Comunicaciones de 1985, además de hablar del cerro, cuenta que: “[] y, asentados en sus laderas viven unas 700 familias... [] como si esto no fuera suficiente, quince mil personas en total habitan los alrededores del cerro, viviendo en condiciones inhumanas.  El hecho de pensar que 75 chuteros obtienen en el basurero los alimentos para el consumo en sus hogares, produce nauseas... Pensar que 320 personas laboran con basura para obtener un salario inferior al mínimo, produce indignación.”

Para Yeison Henao, lo que ha definido el devenir de Moravia ha sido la organización social de sus habitantes: “Moravia hace organización social por todo. Cuando cerraron el basurero, el 14 de abril de 1984, se fundó la Cooperativa de Vagos de Moravia. ¡Ah! ¿¡Quién se inventa eso!? También había unas parteras, treinta mujeres que se movilizaron, se buscaron una capacitación en el Hospital San Vicente de Paúl. Recibieron por ahí, entre esas treinta, 1.500 niños. Inclusive, una sola de ellas dice haber recibido 180 niños”, relata.
A pesar de la historia de Moravia, de la cual se esperaría produjera tejido social, Francisco Legarda, líder comunitario, asevera que dicho entramado no existe. El Coordinador de la Mesa de Salud de Moravia, que desde hace 15 años vive en el barrio dice que “Cuando vos cogés un grupo de personas de una manzana y los reunís para decirles que necesitás esos lotes para construir un colegio, lo primero que te dicen es que no, que no se puede, que el tejido social, que ellos son amigos. Pero si cogés uno por uno y le ofrecés 200 millones de pesos por la casa ahí si se van, ahí si no hay tejido social.”

Moravia se enfrenta entonces a problemáticas similares a las del resto de la ciudad. Pero también a retos que parten de su historia y la de sus habitantes: la convivencia entre grupos de diferentes regiones, la falta de sentido de pertenencia de algunos, las constantes migraciones nacionales…

Sin embargo, la historia y sus habitantes, nunca olvidarán todos los moravitas que se esforzaron por salir adelante. Esos que después de vivir en la nada y de la basura, en cinco incendios y en la reubicación, continúan.


No hay comentarios:

Publicar un comentario