Los moravitas son personas que cuando llegaron a Medellín desplazados o buscando oportunidades fueron recibidas con nada o con basura. Fueron recibidos con los desechos y el olvido de una ciudad en crecimiento. Y con esa basura supieron construir algo.
Como el protagonista de Balada del mar no visto, miles de
desplazados han llegado, y siguen llegando, a las orillas de la montaña donde
reposa Moravia. Pero estos desplazados, así como muchos hijos de los
descendientes de los moravitas -gentilicio
del barrio-, no conocen la historia
de una comunidad que se resiste a que la olviden.
El sector comprende alrededor de 42
hectáreas y en él viven aproximadamente 45.000 personas. Cuenta con su propio
Centro de Memoria Barrial desde donde se impide que quede en el pasado la
historia de los éxitos de hoy y el profundo cambio social del lugar, objetivo
que le ha costado a sus habitantes sangre, sudor y lágrimas derramados sobre
basura, podredumbre y fuego.
Moravia llegó a ser el barrio más
deprimido de la ciudad, tuvo presencia de paramilitares, narcotráfico,
milicianos y bandas criminales. Hubo indigencia, problemas de salud, empleo y
escolaridad. Sin embargo, el panorama ha ido cambiando durante los últimos años,
proceso que algunos atribuyen a un rescate social del gobierno mediante la
inversión y construcción de espacios aledaños como el Jardín Botánico, el
Parque Explora, Ruta N, entre otros. Sin embargo, muchos aseguran que estos
proyectos obedecen a una deuda social de un Estado que estuvo ausente durante
treinta años y a la presión de una población con determinación férrea en salir
adelante.
Las primeras piedras de El Morro
Antes de que Moravia fuera el basurero
municipal había sido un enclave diferencial en el Valle de Aburrá y la región. Así
cuenta Yeison Alexander Henao, sociólogo y promotor cultural comunitario del
Centro de Desarrollo Cultural de Moravia: “En Moravia quedaba el Bosque de la
Independencia, emblema para la gente de la década de los 60, de los 50, de
hasta hace cien años. […] Esta zona pasó de ser el futuro Poblado, con unos
equipamientos, con unos enclaves culturales, con teatros, con el manicomio
departamental, con tres iglesias clásicas de Medellín (San Nicolás de
Torentino, San Cayetano, El Calvario -Patrimonio de la nación-), a ser una
muestra del abandono estatal.”
Otro de los vestigios del potencial
del sector es la Casa Museo Pedro Nel Gómez, construida por él mismo y su
familia el 15 de noviembre de 1975. El lugar no sólo alberga y expone las obras
murales más imponentes del artista sino que también es un punto de referencia por
su arquitectura, la biblioteca pública y otros servicios que allí se prestan.
Tan representativa es esta Casa Museo; que el Gobierno Municipal hizo que las
fachadas de las casas aledañas a ella
fueran pintadas con réplicas de obras del Maestro Gómez y otros artistas.
A pesar de esto, la Casa Museo, las
iglesias y los teatros pasaron a hacer parte de un sector de la ciudad que el gobierno
tuvo en el olvido durante muchos años.
Henao continúa su narración: “Hubo un
momento coyuntural, desde 1965 hasta 1984, que es cuando se cerró el basurero.
Al tiempo hubo una invasión colectiva de la ciudad y su periferia causada por
el conflicto armado […] Hubo una hacinación (hacinamiento) de estos espacios
diferentes, y entonces la transformación histórica positiva de esta zona
terminó en el 70 […] Esos años 70
pararon esto, y ya después pasó todo lo contrario: masacres, exterminios,
pobreza, violencia, problemas de educación, problemas de salud, etc”.
Desde los años 70 se comenzó a verter
basura en El Bosque, uno de los lugares que actualmente componen, junto a El
Oasis y El Morro, a Moravia.
Desde la década de los 50, la
Administración Municipal disponía de la quebrada La Bermejala y del río
Medellín para verter, día a día, los residuos de la urbe en crecimiento. Algunos
habitantes de la ciudad habían encontrado ya en la basura su fuente de
ingresos, por eso los “basuriegos”, como se les llamaba, seguían el rastro de
los depósitos a donde se trasladaban por la ciudad, hasta que se canalizó el río
y se empezaron a llenar los lagos donde hoy por hoy está asentado lo que fue el
cerro de basura de Moravia.
Desde entonces, las familias se
conformaron en torno a esta práctica incluyendo a sus hijos como mano de obra
barata, además era uno de los trabajos que alguien, desplazado o no, podía
tomar.
La deuda social e histórica comenzó a
sanearse en 1983 con el aviso del cierre del basurero. En ese momento, según el
Informe de Comunicaciones del Programa de Rehabilitación Social Urbana del
basurero de Moravia de 1985, el cerro era: “[…] humeante,
con más de treinta metros de altura, es el mayor foco de contaminación de la
ciudad... […] El drama
aumenta, cuando se sabe que de un kilo de basura -se depositan más de 500 mil
kilos cada día– se pueden generar 70 mil moscas que recorren hasta doce
kilómetros. A pesar de las fumigaciones, hay cálculos de que existen allí 500
mil ratas...”
El
día que ardió la montaña
En 1983 se estrenó la película Balada del mar no visto, que cuenta la
historia de un hombre que quería ir al mar. Zarpó desde una ciudad en un nido
de montañas siguiendo el rumbo de las aguas, pero por los cambios del destino
terminó en el “horizonte trunco de la
ciudad que había devorado sus esperanzas”. Ese horizonte de la ciudad,
olvidado y acabado era Moravia.
El cierre de El Morro en 1985 no
significó que las personas dejaran de vivir en el basurero. Con la reubicación
de las familias –contando también con que algunas de ellas se negaron a salir
de allí- llegaron numerosos conflictos sociales. Todo esto mientras seguían
llegando desplazados de diversas regiones del país.
Moravia es un barrio sin rito
fundacional cuyas invasiones comenzaron desde 1955, cuando cuatro o cinco
familias llegaron al lugar que era en ese momento una zona de mangas junto al
ferrocarril. Habitar un terreno significaba apropiarse de este, por eso las invasiones
siguieron aumentando hasta que en 1965, por el vertimiento de los escombros en
unos lagos cercanos, hubo un masivo éxodo hacia el lugar. El cerro fue
legalizado como basurero en 1978, pero legales o no los trece años de escombros
ya estaban ahí. De ese punto pasaron otros seis años, hasta 1984, donde basura
de todo tipo continuó siendo vertida sin parar.
Se dice que en Moravia podía
encontrarse basura de todas las partes de la ciudad, que de las personas que
vivieron en Medellín en esa época son los escombros que conforman El Morro, y
hasta que esos escombros, que están en la base, evitan que este se hunda.
Pero esos escombros no evitaron el
incendio que, en el 2007, arrasó con más de 220 ranchos y dejó sus secuelas en
otros tantos. Para algunos el incendio fue la bienvenida de sus nuevos hogares
mientras que para otros fue la pérdida, de nuevo, de su hogar: el incendio era
el quinto en los últimos cinco años.
Dice Diego García-Moreno, en Moravia y
el mar, donde vuelve al barrio 25 años después de Balada del mar no visto:
“Cuentan que el pantano se convirtió en plástico y cartón, luego en madera,
después en cemento y ladrillo, y que un barrio se derramó por sus laderas.”
Julia, una vendedora de jugos del
sector que hace 24 años vive ahí, cuenta que las llamas se sentían desde la
base de la montaña en ese momento no tenía los ‘lujos’ de ahora –tejas de lata,
cables de energía expuestos- alcanzaron a sufrir daños.
Ella contó que las 1.100
personas que quedaron sin hogar perdieron sus casas de madera y materiales
encontrados en la basura, como plástico, que eran altamente inflamables, sumando,
entre otros, la cercanía entre ellas –algunas inclusive compartían paredes- y
las difíciles vías de acceso y salida al El Morro.
Hoy Julia vive de vender jugos de
frutas, avena y otros en una esquina cercana al Centro de Desarrollo Cultural
de Moravia. Ha habitado un mismo barrio en dos épocas: uno con cantinas,
billares, incendios, milicianos y balaceras; y otro, que según ella, comenzó
hace cinco o seis años, donde puede salir sin problemas con su carro a la calle
a trabajar desde las 4:30 de la mañana.
Una
población determinada
Actualmente, Moravia se asemeja a
otros barrios de la ciudad en muchos sentidos: tiene problemas de recolección
de basuras, vendedores ambulantes, cercanía a sistemas masivos de transporte,
Testigos de Jehová que tocan de puerta en puerta y la cercana construcción de
un centro comercial que tendrá McDonalds, Mimo’s y El Corral.
Pero la historia de los habitantes de
los moravitas es diferente a la de quienes viven en otros barrios.
Todavía Moravia queda cerca de todo,
pero lejos de nosotros. El Informe de Comunicaciones de 1985, además de hablar
del cerro, cuenta que: “[…] y, asentados en sus laderas viven unas 700
familias... […] como si esto
no fuera suficiente, quince mil personas en total habitan los alrededores del
cerro, viviendo en condiciones inhumanas.
El hecho de pensar que 75 chuteros obtienen en el basurero los alimentos
para el consumo en sus hogares, produce nauseas... Pensar que 320 personas
laboran con basura para obtener un salario inferior al mínimo, produce
indignación.”
Para Yeison Henao, lo que ha definido
el devenir de Moravia ha sido la organización social de sus habitantes:
“Moravia hace organización social por todo. Cuando cerraron el basurero, el 14
de abril de 1984, se fundó la Cooperativa de Vagos de Moravia. ¡Ah! ¿¡Quién se
inventa eso!? También había unas parteras, treinta mujeres que se movilizaron,
se buscaron una capacitación en el Hospital San Vicente de Paúl. Recibieron por
ahí, entre esas treinta, 1.500 niños. Inclusive, una sola de ellas dice haber
recibido 180 niños”, relata.
A pesar de la historia de Moravia, de
la cual se esperaría produjera tejido social, Francisco
Legarda, líder comunitario, asevera que dicho entramado no existe. El Coordinador
de la Mesa de Salud de Moravia, que desde hace 15 años vive en el barrio dice
que “Cuando vos cogés un grupo de personas de una manzana y los reunís para
decirles que necesitás esos lotes para construir un colegio, lo primero que te
dicen es que no, que no se puede, que el tejido social, que ellos son amigos.
Pero si cogés uno por uno y le ofrecés 200 millones de pesos por la casa ahí si
se van, ahí si no hay tejido social.”
Moravia se enfrenta entonces a
problemáticas similares a las del resto de la ciudad. Pero también a retos que
parten de su historia y la de sus habitantes: la convivencia entre grupos de
diferentes regiones, la falta de sentido de pertenencia de algunos, las
constantes migraciones nacionales…
Sin embargo, la historia y sus
habitantes, nunca olvidarán todos los moravitas que se esforzaron por salir
adelante. Esos que después de vivir en la nada y de la basura, en cinco
incendios y en la reubicación, continúan.
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