Con Lucas, después de tomarnos un café y conocerlo a fondo. |
Por:
María Camila Molina Zapata.
Lucas llegó a un café acogedor situado en el barrio
Zuñiga, de Envigado. Cuando entró se dispuso a brindarle una sonrisa a todos
los que estaban allí. Es alto, robusto y luce en su cuerpo ocho enormes
tatuajes que le otorgan una apariencia rockera.
Su gentileza le ayuda a relacionarse con las
personas de su entorno, tiene una mentalidad muy abierta -como consecuencia de
todo lo que ha vivido- y esta muy agradecido con Dios por haberle dado la
oportunidad de seguir vivo.
Así empezó todo…
A sus
36 años, asegura que después de conocer su historia podré notar que ahora es
“un hombre nuevo”. Nació en una familia conformada por padre, madre, dos
hermanas y un hermano (este último murió en un accidente a los 15 años, cuando
Lucas estaba a punto de cumplir ocho). Su familia era como cualquier otra -con
cosas buenas y malas-. Se graduó del colegio San José de la Salle.
Desde bachillerato empezó a irse por el
camino de la rebeldía y el inconformismo con la vida “causado por muchas
circunstancias que viví y creo normales en cualquier ser humano, porque ninguna
familia es perfecta”, precisó.
. Lucas cuando tenía 3 años y aún conservaba su inocencia. |
La primera situación que lo llevó a tomar ese
camino fue la muerte de su hermano mayor, el cual era su referente masculino:
“el que me defendía, cuidaba, molestaba y hacía reír y llorar”, dijo.
Este suceso lo marcó mucho porque “a los ocho
años no sabía que la gente se moría, entonces ahí fue cuando conocí la muerte y
entendí que estamos aquí solo de paso”, manifestó. La segunda situación fue una
pelea que tuvo con Dios, en ese momento, por haberse llevado a su hermano.
Y sin darse cuenta, desde aquel momento,
deseaba morir todos los días, hasta el punto de tratar de anestesiarse para que
la realidad no lo golpeara tan duro.
Su primer encuentro con el alcohol fue con su
padre cuando tenía 12 años. Él le ordenó una cerveza porque le parecía que era
lo suficientemente “macho” para empezar a tomar. Ese primer trago no le agradó,
pero el segundo le supo exquisito y, de ahí en adelante, su afinidad con el
licor fue creciendo.
Lucas era una persona muy tímida, pero cuando
estaba con tragos encima le era muy fácil relacionarse con los demás, por lo
que decidió seguir haciéndolo con más frecuencia.
Se dio cuenta que entre más tomaba, más
encajaba en su círculo de amigos, entonces quiso probar otro tipo de sustancias
para ver qué efecto le causaban.
Drogarse le parecía “muy bacano y placentero,
pero también muy efímero, muy pasajero. Solo dejaba malestar en el organismo, mente,
cuerpo y alma”, afirmó.
Lucas agradece que su trabajo también sea su pasión y diversión. |
Fue un gran deportista, le encanta el
baloncesto y estuvo en varios campeonatos. También era un excelente estudiante,
muy dedicado y rodeado de amigos organizados y responsables. Todo esto antes de
conocer el aguardiente y el cigarrillo.
En el transcurso de la conversación, aclaró
que no se ufanaba de contar esta historia: “Me siento orgulloso de mi
recuperación. Vale la pena contar la historia porque le puede servir a alguien
para su propia recuperación”.
Desde que probó la marihuana, con un amigo
del barrio, le llamó mucho la atención el mundo de las sustancias ilegales. Comenzó
a salir con mucha frecuencia y a asistir a fiestas en las que el alcohol era el
principal anfitrión. Allí inició su dependencia física y emocional a la bebida.
Un soldado anestesiado
A los
18 años, no estaba seguro de que estudiar, así que empezó Administración de
Negocios en la Universidad Eafit, pero al poco tiempo fue reclutado por el Ejército
Nacional de Colombia, en donde prestó servicio militar durante un año.
Desde el momento en que ingresó a esa
institución, entró en una fuerte depresión “porque tenía un choque con la
autoridad -característica de los adictos-, un rechazo a obedecer órdenes y a
aceptar un jefe”. Su autoestima estaba muy baja, era demasiado flaco y, como
estaba en la pubertad, tenía muchos problemas con el acné.
Durante este período conoció la cocaína -la
droga más consumida por sus compañeros- y la combinaba con marihuana y alcohol.
Esto lo llevó a aburrirse aún más. “Entré en una depresión muy severa, pero
tenía que seguir marchando al ritmo de los soldados”, recordó.
Cuando
salió del Ejército se dedicó a buscar carrera y encontró una técnica audiovisual
en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Al estudiar este oficio se dio cuenta
que iba por el camino correcto. Era sensible al arte, la pintura, el baile, la
danza y la música.
En dos años terminó su técnica y entró a
trabajar al canal regional Teleantioquia. Allí estuvo ocho años y creció
profesionalmente. Sin embargo, esta época de su vida no fue color de rosa.
Cuando empezó a recibir un salario básico se
volvió muy irresponsable, pues invirtía todo el dinero en fiestas, drogas y
licor. Su vida empeoró notablemente: consumía gran cantidad y diversidad de alucinógenos
y, también, comenzó a depender de las mujeres con las que se relacionaba. Cada
vez se tornaba más obsesivo.
Al cabo de un tiempo “terminé consumiendo bazuco.
Conocí la heroína, los pegantes, el sacol, los hongos, los cacaos sabaneros y las
telarañas. Probé de todo”, expresó. Esto le generó un problema severo de
adicción.
Lucas venía contando su historia con
tranquilidad hasta que empezó a relatar sus últimos encuentros con los
narcóticos. Hizo una pausa y soltó varias lágrimas, así que me tomé el
atrevimiento de poner mi mano sobre la suya para indicarle que no había nada de
malo en esa reacción. Al cabo de unos minutos, continuó con su relato.
En el 2006 llegó a un punto en el que estaba
“muerto en vida”. “Me encargué de salirme de 0la sociedad, el sistema, la vida
y la familia…”, afirmó.
Tocó fondo el día que percibió que no necesitaba
un motivo para consumir -lo hacía todo el tiempo, independientemente de si estaba
en un bar o en una cama-. Aquel día le pidió a su familia que lo internaran en
un centro de rehabilitación, pero no sin antes llevarlo al hospital debido al
alto nivel de intoxicación que tenía.
En este momento los participantes se retiran para proteger su identidad. |
“¡Orgulloso de mi recuperación!”
Estuvo
internado un año en el centro de rehabilitación Hogares Claret, en la ciudad de
Medellín. Allí tuvo tiempo para conocerse a sí mismo, pues según él, “si uno
está constantemente bombardeado por los medios, es imposible pensar en nosotros
mismos”.
Cuando salió de esta fundación puso a su
familia en un primer plano y, con todos sus sentidos intactos, se dedicó a
disfrutar del día a día.
En el 2010 lo invitaron a México a dirigir un
diplomado en adicciones para 80 profesionales: psicólogos, psiquiatras y
trabajadores sociales.
Actualmente, Lucas es camarógrafo y se
desempeña en el cine y la televisión. Ha dado varias charlas donde cuenta su
experiencia con el alcohol y las drogas, en lugares como la Universidad de
Antioquia, la Universidad Pontificia Bolivariana, el Club Campestre y la
Universidad Distrital, de Bogotá.
Además, participa en un grupo de Alcohólicos
Anónimos al que asiste varios días a la semana. Cada reunión tiene una duración
de una hora y los integrantes llegan a este espacio, se sientan en el puesto
que escojan, y a medida que avanza la reunión, van compartiendo un pedazo de su
historia.
Es básicamente una terapia de apoyo en donde
el acompañamiento, la solidaridad entre unos y otros, y el propósito de
mantenerse sobrios día a día, permite que muchas personas como Lucas Hurtado,
superen la pesadilla del alcoholismo y la drogadicción.
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