domingo, 16 de febrero de 2014

Un sobreviviente de la pulsión de muerte

                                                   
 Con Lucas, después de tomarnos un café y conocerlo a fondo.
El alcoholismo, también conocido como la enfermedad de la pulsión de muerte, afecta anualmente a gran porcentaje de la población mundial. Lucas Hurtado ha desafiado los tormentos de esta enfermedad.


Por: María Camila Molina Zapata.

Lucas llegó a un café acogedor situado en el barrio Zuñiga, de Envigado. Cuando entró se dispuso a brindarle una sonrisa a todos los que estaban allí. Es alto, robusto y luce en su cuerpo ocho enormes tatuajes que le otorgan una apariencia rockera.

Su gentileza le ayuda a relacionarse con las personas de su entorno, tiene una mentalidad muy abierta -como consecuencia de todo lo que ha vivido- y esta muy agradecido con Dios por haberle dado la oportunidad de seguir vivo.

Así empezó todo…

A sus 36 años, asegura que después de conocer su historia podré notar que ahora es “un hombre nuevo”. Nació en una familia conformada por padre, madre, dos hermanas y un hermano (este último murió en un accidente a los 15 años, cuando Lucas estaba a punto de cumplir ocho). Su familia era como cualquier otra -con cosas buenas y malas-. Se graduó del colegio San José de la Salle.

Desde bachillerato empezó a irse por el camino de la rebeldía y el inconformismo con la vida “causado por muchas circunstancias que viví y creo normales en cualquier ser humano, porque ninguna familia es perfecta”, precisó.
.    Lucas cuando tenía 3 años y aún
conservaba su inocencia.

La primera situación que lo llevó a tomar ese camino fue la muerte de su hermano mayor, el cual era su referente masculino: “el que me defendía, cuidaba, molestaba y hacía reír y llorar”, dijo.

Este suceso lo marcó mucho porque “a los ocho años no sabía que la gente se moría, entonces ahí fue cuando conocí la muerte y entendí que estamos aquí solo de paso”, manifestó. La segunda situación fue una pelea que tuvo con Dios, en ese momento, por haberse llevado a su hermano.

Y sin darse cuenta, desde aquel momento, deseaba morir todos los días, hasta el punto de tratar de anestesiarse para que la realidad no lo golpeara tan duro.

Su primer encuentro con el alcohol fue con su padre cuando tenía 12 años. Él le ordenó una cerveza porque le parecía que era lo suficientemente “macho” para empezar a tomar. Ese primer trago no le agradó, pero el segundo le supo exquisito y, de ahí en adelante, su afinidad con el licor fue creciendo.

Lucas era una persona muy tímida, pero cuando estaba con tragos encima le era muy fácil relacionarse con los demás, por lo que decidió seguir haciéndolo con más frecuencia.
Se dio cuenta que entre más tomaba, más encajaba en su círculo de amigos, entonces quiso probar otro tipo de sustancias para ver qué efecto le causaban.

Drogarse le parecía “muy bacano y placentero, pero también muy efímero, muy pasajero. Solo dejaba malestar en el organismo, mente, cuerpo y alma”, afirmó.
   Lucas agradece que su trabajo también
  sea su pasión y diversión.

Fue un gran deportista, le encanta el baloncesto y estuvo en varios campeonatos. También era un excelente estudiante, muy dedicado y rodeado de amigos organizados y responsables. Todo esto antes de conocer el aguardiente y el cigarrillo.

En el transcurso de la conversación, aclaró que no se ufanaba de contar esta historia: “Me siento orgulloso de mi recuperación. Vale la pena contar la historia porque le puede servir a alguien para su propia recuperación”.

Desde que probó la marihuana, con un amigo del barrio, le llamó mucho la atención el mundo de las sustancias ilegales. Comenzó a salir con mucha frecuencia y a asistir a fiestas en las que el alcohol era el principal anfitrión. Allí inició su dependencia física y emocional a la bebida.

Un soldado anestesiado

A los 18 años, no estaba seguro de que estudiar, así que empezó Administración de Negocios en la Universidad Eafit, pero al poco tiempo fue reclutado por el Ejército Nacional de Colombia, en donde prestó servicio militar durante un año.

Desde el momento en que ingresó a esa institución, entró en una fuerte depresión “porque tenía un choque con la autoridad -característica de los adictos-, un rechazo a obedecer órdenes y a aceptar un jefe”. Su autoestima estaba muy baja, era demasiado flaco y, como estaba en la pubertad, tenía muchos problemas con el acné.

Durante este período conoció la cocaína -la droga más consumida por sus compañeros- y la combinaba con marihuana y alcohol. Esto lo llevó a aburrirse aún más. “Entré en una depresión muy severa, pero tenía que seguir marchando al ritmo de los soldados”, recordó.

    Grupo de Alcohólicos Anónimos ubicado en el sector de la Buena Mesa, en Envigado.

Tocando fondo

Cuando salió del Ejército se dedicó a buscar carrera y encontró una técnica audiovisual en el Politécnico Jaime Isaza Cadavid. Al estudiar este oficio se dio cuenta que iba por el camino correcto. Era sensible al arte, la pintura, el baile, la danza y la música.

En dos años terminó su técnica y entró a trabajar al canal regional Teleantioquia. Allí estuvo ocho años y creció profesionalmente. Sin embargo, esta época de su vida no fue color de rosa.

Cuando empezó a recibir un salario básico se volvió muy irresponsable, pues invirtía todo el dinero en fiestas, drogas y licor. Su vida empeoró notablemente: consumía gran cantidad y diversidad de alucinógenos y, también, comenzó a depender de las mujeres con las que se relacionaba. Cada vez se tornaba más obsesivo.

Al cabo de un tiempo “terminé consumiendo bazuco. Conocí la heroína, los pegantes, el sacol, los hongos, los cacaos sabaneros y las telarañas. Probé de todo”, expresó. Esto le generó un problema severo de adicción.

Lucas venía contando su historia con tranquilidad hasta que empezó a relatar sus últimos encuentros con los narcóticos. Hizo una pausa y soltó varias lágrimas, así que me tomé el atrevimiento de poner mi mano sobre la suya para indicarle que no había nada de malo en esa reacción. Al cabo de unos minutos, continuó con su relato.

En el 2006 llegó a un punto en el que estaba “muerto en vida”. “Me encargué de salirme de 0la sociedad, el sistema, la vida y la familia…”, afirmó.   

Tocó fondo el día que percibió que no necesitaba un motivo para consumir -lo hacía todo el tiempo, independientemente de si estaba en un bar o en una cama-. Aquel día le pidió a su familia que lo internaran en un centro de rehabilitación, pero no sin antes llevarlo al hospital debido al alto nivel de intoxicación que tenía.
En este momento los participantes se retiran para proteger su identidad.

“¡Orgulloso de mi recuperación!”

Estuvo internado un año en el centro de rehabilitación Hogares Claret, en la ciudad de Medellín. Allí tuvo tiempo para conocerse a sí mismo, pues según él, “si uno está constantemente bombardeado por los medios, es imposible pensar en nosotros mismos”.

Cuando salió de esta fundación puso a su familia en un primer plano y, con todos sus sentidos intactos, se dedicó a disfrutar del día a día.

En el 2010 lo invitaron a México a dirigir un diplomado en adicciones para 80 profesionales: psicólogos, psiquiatras y trabajadores sociales.

Actualmente, Lucas es camarógrafo y se desempeña en el cine y la televisión. Ha dado varias charlas donde cuenta su experiencia con el alcohol y las drogas, en lugares como la Universidad de Antioquia, la Universidad Pontificia Bolivariana, el Club Campestre y la Universidad Distrital, de Bogotá.

Además, participa en un grupo de Alcohólicos Anónimos al que asiste varios días a la semana. Cada reunión tiene una duración de una hora y los integrantes llegan a este espacio, se sientan en el puesto que escojan, y a medida que avanza la reunión, van compartiendo un pedazo de su historia.

Es básicamente una terapia de apoyo en donde el acompañamiento, la solidaridad entre unos y otros, y el propósito de mantenerse sobrios día a día, permite que muchas personas como Lucas Hurtado, superen la pesadilla del alcoholismo y la drogadicción.




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