Por: Manuela Tabares Guzmán
A unos quince minutos del municipio de Guarne
se ubica la vereda Canoas, famosa históricamente por su tradición “tapetusera”,
igual que su vereda vecina, La Mosquita. Allí, bajo una especie de fama particular
que envuelve su apellido, vive don Humberto Calderón, quien produce y protege
esta popular bebida a base de tusa.
Fue evidente que la casa de la familia
Calderón era aquella: los cuatro hombres que estaban en la entrada tenían cara
de todo, menos de sobrios. Además, me percaté de la disimulada forma en que uno
de ellos sacaba de su bolsillo la media de ¿aguardiente?
No, de tapetusa.
Ese líquido tan preciado por los guarneños -especialmente por los de edad más
avanzada- y considerado ilegal por envasarse en botellas de las rentas
departamentales o fábricas de licores.
La tez de don Humberto es firme y morena… pero
de aquella tonalidad morena disuelta en un color acanelado que hace que sus 63
años pasen desapercibidos. Contrario a lo que ocurre con su apariencia física,
su voz vía telefónica hacía pensar en una persona de un carácter rebosante de
antipatía.
Sus nietos afirman que es el estereotipo de abuelo
cascarrabias. Sin embargo, en medio de los relatos y experiencias propias que
tanto el consumo como la producción de esta bebida le han propiciado, espontáneamente
esbozaba esas sonrisas picarescas que dejaban ver a ese Humberto joven y vivaz,
lleno de historias y memorias entrañables.
Además de su tono de piel, algo que resalta
en su rostro es el increíble azul de sus ojos, un color no muy típico en la
raza de los guarneños, conocidos como los negros del Oriente antioqueño.
Resulta sorpresivo encontrar ese azul mezclándose con el oscuro de su piel,
también en parte resultado de la normal quemadura al que uno se expone bajo el
sol de una tierra de clima frío.
Don Humberto me recibió en su casa. Su trato
fue un poco hostil al principio. Empezó a preguntarme inmediatamente cuál era
la idea. Entonces nos sentamos en el corredor de la casa, donde una muchos perros
y pollitos amarillos se paseaban por allí.
Desde aquel lugar divisé la variante hacia el
aeropuerto, vía por donde se llega a la vereda y las demás fincas que, como me
aseguró don Humberto, “ya no tienen sembrados y no producen nada”.
Esta situación se ha presentado por la
creciente llegada de industrias a la zona, lo que también ha incidido en la
reducción del consumo de tapetusa.
Don Humberto enfatiza: “De la tapetusa no se
vive”. Y es que definitivamente así es pues la inversión que se hace en media
botella (incluyendo insumos como un par de panelas, los frutos, la leña y claro,
el tiempo) supera los 1.500 pesos y el precio al público es de solo 2.500 pesos.
Además, él no produce grandes cantidades. Hablamos de un máximo de 20 a 25
botellas que vende a amigos y conocidos de los alrededores su casa
Mide 1.85 centímetros, altura que han
heredado varias de sus hijas y sus seis nietos. Ese día llevaba una camisa
medio abrochada, pantalón y zapatos de combate, o sea de trabajo. Venía del
pueblo, de donde traía ciertos ingredientes para la chicha, producto que también
prepara y comercializa en Rionegro, particularmente en San Antonio de Pereira.
Esta la distribuye en caneca y vende entre 15.000 y 20.000 pesos.
Fue inevitable sentir el olor de un fogón de
leña ardiendo a su máxima potencia cuando entré a aquella casa. Enseguida pensé
en la “bendita tapetusa” -como don
Humberto le llamó en algún momento- y creí que quizá se encontraba en proceso
de destilación, pero no. Era maíz para las arepas que doña Graciela Arango, su
esposa, cocinaría para el día siguiente. Ese olor penetraba toda la finca:
desde los cultivos de aguacate hasta el patio donde se encontraba un valioso
elemento de trabajo: el alambique.
Don Humberto habló poco de las ganancias que
le deja la venta de tapetusa. Afirma que
en un principio, cuando estaba levantando a su familia, fue de gran ayuda para
el mercado y gastos imprevistos del día a día. Pero el sustento de los Calderón
Arango también provenía de la siembra de mora, papa, aguacate, maíz y fríjol,
tal como la mayoría de los habitantes de esas tierras. Sin embargo, la
producción se acabó y por el mismo camino parece ir la tapetusa.
Don Humberto se sentó al lado de una mesa
ubicada en el corredor de la casa. Abajo de ella había una gran cantidad de
botellas vacías donde se envasaría la tapetusa
que se encontraba fermentando. Eso sí, después de haberlas lavado bien y de
quitarles el sello de seguridad “a punta de cincel”, como aclaró mi
entrevistado.
Confesó también que tomó tapetusa durante más de cuarenta años pero que tristemente ya no
puede consumirla por problemas de la presión. Sin embargo, don Humberto está
firmemente convencido de que siempre y cuando sea sin excesos, es buena para el
cuerpo. Incluso me manifestó: “Eso era muy bueno para trabajar, pues un trago en
la mañana era bendito”. Como defensor fiel de esta bebida, dejó claro que
aunque la tomaba viernes, sábado y domingo, nunca le hizo daño y que, por
cierto, su abuelo sustituía el chocolate del desayuno por unos tragos de tapetusa y vivió hasta los cien años.
Más que todo, don Humberto, guarda un
sentimiento de añoranza, amor y tradición por este producto. Aprendió a
prepararlo y beberlo como su padre, así como él lo aprendió de su antecesor y
así sucesivamente, hasta llegar a orígenes que no se conocen muy claramente
pero que se relacionan con la época de la esclavitud.
Sin embargo, ni sus nietos ni sus hijos se han
interesado por la historia y el proceso de producción de la tapetusa, por lo que tiene razón don
Humberto al sostener que con su muerte también morirá la tradición de la tusa.
Don Humberto no se deja tomar fotos. Producir
tapetusa lo ha llevado cinco veces a la cárcel, pagando condenas de semanas y a
veces meses. “Las rentas jodían mucho antes, eso vivían detrás de uno. Lo que a
mí me salvaba era que yo no producía mucho”, alega el guarneño de ojos azules.
Aún hoy las autoridades siguen detrás de ellos.
En cualquier momento la Policía puede llegar, regar toda la producción y
quebrar las botellas, como asevera don Humberto que ha ocurrido.
Hablando en términos de lo que da y no da
plata, don Humberto cuenta: “El trago con el que sí se consigue (y bastante) es
con el adulterado, el cual es hecho a punta de químicos y sí es muy peligroso,
se puede vender tanto en estanquillos como en bares”.
Sin embargo, allí se notan sus principios al
declarar que más allá del miedo, pensar en caer en eso le genera un profundo
sentimiento de culpa que no le gustaría tener. Es consciente de que estaría
atentando contra la vida de alguien y eso para él sería un peso muy duro de
cargar.
Además, la consiguiente persecución a la que
se vería expuesto por la ilegalidad de este tipo de prácticas se supone que
sería peor que la que ha enfrentado por preparar tapetusa o la que podría enfrentar por hacer chicha (aunque no es
ilegal). Y aún así, uno observa una suerte de doble moral en las autoridades
que, sin tener en cuenta esto, procuran destruir todo cuando de la tusa se
trata.
Como es costumbre, a la caída del sol en
Guarne llegan los tuseros al parque
principal. Ellos (en su mayoría, personas de la tercera edad y ya
alcoholizados) pasan allí las frías madrugadas mientras calientan sus cuerpos
con tusa, trago a trago. Recuerdan que deben ir a dormir cuando sale el primer
bus de Guarne hacia Medellín.
Tristemente, quizá sean ciertos los
pronósticos de don Humberto sobre la desaparición de la tapetusa de unos 15 a 20 años (por lo menos en Guarne). Los jóvenes
poco o nada consumen esta bebida. Además, el aumento del sector industrial a
Guarne, la población agricultura se va viendo cada vez más reducida y
desplazada a otros municipios cercanos, inclusive a Medellín.
El canto de los pájaros en pleno atardecer se
mezcló con las voces fuertes de sus hijas que iban llegando de sus respectivos
trabajos. Precisamente laboran en aquellas industrias que me mencionó su padre.
Entonces me di cuenta que para él defender la
tapetusa implica una clara oposición a la modernización que invade los pequeños
pueblos y que claramente empieza a desplazar lo más autóctono de cada uno de
ellos, llevando muchas veces a su olvido definitivo. Las generaciones van
cambiando. De repente en unos años no veremos a don Humberto Calderón y en la
vereda Canoas ya no se conseguirá la tapetusa.
Pie de
foto de Foto 1.jpg – Coco,
cereza y caramelo: tres de los sabores de tapetusa que produce don Humberto.
Pie de
foto de Foto 2.jpg – Vista
de los alrededores de la casa de don Humberto.
Pie
de foto de Foto 3.jpg – En su parte más plana, rieles de la
vereda Canoas.
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