domingo, 16 de febrero de 2014

Para Humberto Calderón, hoy la tapetusa embriaga de nostalgia






La tapetusa no da plata, más bien da problemas. Pero, ¿cómo renunciar a la tradición, a las costumbres y, claro, a los chorritos de vez en cuando? Este es el breve perfil de Humberto Calderón, hombre campesino y trabajador del Oriente antioqueño que no desiste en la producción de la tusa, la defiende y le agradece a todo dar.


Por: Manuela Tabares Guzmán

A unos quince minutos del municipio de Guarne se ubica la vereda Canoas, famosa históricamente por su tradición “tapetusera”, igual que su vereda vecina, La Mosquita. Allí, bajo una especie de fama particular que envuelve su apellido, vive don Humberto Calderón, quien produce y protege esta popular bebida a base de tusa.

Fue evidente que la casa de la familia Calderón era aquella: los cuatro hombres que estaban en la entrada tenían cara de todo, menos de sobrios. Además, me percaté de la disimulada forma en que uno de ellos sacaba de su bolsillo la media de ¿aguardiente?
No, de tapetusa. Ese líquido tan preciado por los guarneños -especialmente por los de edad más avanzada- y considerado ilegal por envasarse en botellas de las rentas departamentales o fábricas de licores.

La tez de don Humberto es firme y morena… pero de aquella tonalidad morena disuelta en un color acanelado que hace que sus 63 años pasen desapercibidos. Contrario a lo que ocurre con su apariencia física, su voz vía telefónica hacía pensar en una persona de un carácter rebosante de antipatía.

Sus nietos afirman que es el estereotipo de abuelo cascarrabias. Sin embargo, en medio de los relatos y experiencias propias que tanto el consumo como la producción de esta bebida le han propiciado, espontáneamente esbozaba esas sonrisas picarescas que dejaban ver a ese Humberto joven y vivaz, lleno de historias y memorias entrañables.

Además de su tono de piel, algo que resalta en su rostro es el increíble azul de sus ojos, un color no muy típico en la raza de los guarneños, conocidos como los negros del Oriente antioqueño. Resulta sorpresivo encontrar ese azul mezclándose con el oscuro de su piel, también en parte resultado de la normal quemadura al que uno se expone bajo el sol de una tierra de clima frío.

Don Humberto me recibió en su casa. Su trato fue un poco hostil al principio. Empezó a preguntarme inmediatamente cuál era la idea. Entonces nos sentamos en el corredor de la casa, donde una muchos perros y pollitos amarillos se paseaban por allí.

Desde aquel lugar divisé la variante hacia el aeropuerto, vía por donde se llega a la vereda y las demás fincas que, como me aseguró don Humberto, “ya no tienen sembrados y no producen nada”.

Esta situación se ha presentado por la creciente llegada de industrias a la zona, lo que también ha incidido en la reducción del consumo de tapetusa.

Don Humberto enfatiza: “De la tapetusa no se vive”. Y es que definitivamente así es pues la inversión que se hace en media botella (incluyendo insumos como un par de panelas, los frutos, la leña y claro, el tiempo) supera los 1.500 pesos y el precio al público es de solo 2.500 pesos. Además, él no produce grandes cantidades. Hablamos de un máximo de 20 a 25 botellas que vende a amigos y conocidos de los alrededores su casa
Mide 1.85 centímetros, altura que han heredado varias de sus hijas y sus seis nietos. Ese día llevaba una camisa medio abrochada, pantalón y zapatos de combate, o sea de trabajo. Venía del pueblo, de donde traía ciertos ingredientes para la chicha, producto que también prepara y comercializa en Rionegro, particularmente en San Antonio de Pereira. Esta la distribuye en caneca y vende entre 15.000 y 20.000 pesos.

Fue inevitable sentir el olor de un fogón de leña ardiendo a su máxima potencia cuando entré a aquella casa. Enseguida pensé en la “bendita tapetusa” -como don Humberto le llamó en algún momento- y creí que quizá se encontraba en proceso de destilación, pero no. Era maíz para las arepas que doña Graciela Arango, su esposa, cocinaría para el día siguiente. Ese olor penetraba toda la finca: desde los cultivos de aguacate hasta el patio donde se encontraba un valioso elemento de trabajo: el alambique.

Don Humberto habló poco de las ganancias que le deja la venta de tapetusa. Afirma que en un principio, cuando estaba levantando a su familia, fue de gran ayuda para el mercado y gastos imprevistos del día a día. Pero el sustento de los Calderón Arango también provenía de la siembra de mora, papa, aguacate, maíz y fríjol, tal como la mayoría de los habitantes de esas tierras. Sin embargo, la producción se acabó y por el mismo camino parece ir la tapetusa.

Don Humberto se sentó al lado de una mesa ubicada en el corredor de la casa. Abajo de ella había una gran cantidad de botellas vacías donde se envasaría la tapetusa que se encontraba fermentando. Eso sí, después de haberlas lavado bien y de quitarles el sello de seguridad “a punta de cincel”, como aclaró mi entrevistado.

Confesó también que tomó tapetusa durante más de cuarenta años pero que tristemente ya no puede consumirla por problemas de la presión. Sin embargo, don Humberto está firmemente convencido de que siempre y cuando sea sin excesos, es buena para el cuerpo. Incluso me manifestó: “Eso era muy bueno para trabajar, pues un trago en la mañana era bendito”. Como defensor fiel de esta bebida, dejó claro que aunque la tomaba viernes, sábado y domingo, nunca le hizo daño y que, por cierto, su abuelo sustituía el chocolate del desayuno por unos tragos de tapetusa y vivió hasta los cien años.

Más que todo, don Humberto, guarda un sentimiento de añoranza, amor y tradición por este producto. Aprendió a prepararlo y beberlo como su padre, así como él lo aprendió de su antecesor y así sucesivamente, hasta llegar a orígenes que no se conocen muy claramente pero que se relacionan con la época de la esclavitud.

Sin embargo, ni sus nietos ni sus hijos se han interesado por la historia y el proceso de producción de la tapetusa, por lo que tiene razón don Humberto al sostener que con su muerte también morirá la tradición de la tusa.

Don Humberto no se deja tomar fotos. Producir tapetusa lo ha llevado cinco veces a la cárcel, pagando condenas de semanas y a veces meses. “Las rentas jodían mucho antes, eso vivían detrás de uno. Lo que a mí me salvaba era que yo no producía mucho”, alega el guarneño de ojos azules.

Aún hoy las autoridades siguen detrás de ellos. En cualquier momento la Policía puede llegar, regar toda la producción y quebrar las botellas, como asevera don Humberto que ha ocurrido.

Hablando en términos de lo que da y no da plata, don Humberto cuenta: “El trago con el que sí se consigue (y bastante) es con el adulterado, el cual es hecho a punta de químicos y sí es muy peligroso, se puede vender tanto en estanquillos como en bares”.

Sin embargo, allí se notan sus principios al declarar que más allá del miedo, pensar en caer en eso le genera un profundo sentimiento de culpa que no le gustaría tener. Es consciente de que estaría atentando contra la vida de alguien y eso para él sería un peso muy duro de cargar.

Además, la consiguiente persecución a la que se vería expuesto por la ilegalidad de este tipo de prácticas se supone que sería peor que la que ha enfrentado por preparar tapetusa o la que podría enfrentar por hacer chicha (aunque no es ilegal). Y aún así, uno observa una suerte de doble moral en las autoridades que, sin tener en cuenta esto, procuran destruir todo cuando de la tusa se trata.

Como es costumbre, a la caída del sol en Guarne llegan los tuseros al parque principal. Ellos (en su mayoría, personas de la tercera edad y ya alcoholizados) pasan allí las frías madrugadas mientras calientan sus cuerpos con tusa, trago a trago. Recuerdan que deben ir a dormir cuando sale el primer bus de Guarne hacia Medellín.

Tristemente, quizá sean ciertos los pronósticos de don Humberto sobre la desaparición de la tapetusa de unos 15 a 20 años (por lo menos en Guarne). Los jóvenes poco o nada consumen esta bebida. Además, el aumento del sector industrial a Guarne, la población agricultura se va viendo cada vez más reducida y desplazada a otros municipios cercanos, inclusive a Medellín.

El canto de los pájaros en pleno atardecer se mezcló con las voces fuertes de sus hijas que iban llegando de sus respectivos trabajos. Precisamente laboran en aquellas industrias que me mencionó su padre.

Entonces me di cuenta que para él defender la tapetusa implica una clara oposición a la modernización que invade los pequeños pueblos y que claramente empieza a desplazar lo más autóctono de cada uno de ellos, llevando muchas veces a su olvido definitivo. Las generaciones van cambiando. De repente en unos años no veremos a don Humberto Calderón y en la vereda Canoas ya no se conseguirá la tapetusa.

Pie de foto de Foto 1.jpg – Coco, cereza y caramelo: tres de los sabores de tapetusa que produce don Humberto.
Pie de foto de Foto 2.jpg – Vista de los alrededores de la casa de don Humberto.

Pie de foto de Foto 3.jpg – En su parte más plana, rieles de la vereda Canoas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario