Por:
Karen Alarcón
Son las siete de la mañana y en la vereda Santa
María, del municipio de Itagüí, comienzan a sonar de forma sutil los primeros
ruidos domésticos de las distintas casas que conforman el lugar.
Dentro de una vivienda humilde, una mujer
entrada en años, de rostro apacible y cuyas arrugas dejan ver los padecimientos
que le ha tocado vivir, prepara el desayuno de uno de sus hijos: Jhonier
Antonio Hernández, quien se alista para salir a trabajar.
Quien lo mire sin reparar demasiado en su
comportamiento creería que es un hombre normal. Sin embargo, quien lo frecuente
notará que sufre de una discapacidad mental: le cuesta trabajo aprender aquello
que cualquiera podría saber con facilidad.
Pese a ello, a sus 26 años, prueba con su
trabajo que los impedimentos mentales no anulan su disposición para contribuir
en el sostenimiento económico de su familia.
Esta discapacidad fue quizás unas de las
principales causas por las cuales dejo de estudiar. Para él, el hecho de
intentar aprender lo que le enseñaban sus maestros contenía un alto grado de
dificultad; sin embargo, trato de superarse, pero las burlas y la poca
tolerancia por parte de sus profesores fueron el detonante que lo llevó a dejar
de lado la vida escolar.
No obstante, afirma que tiene lo básico para
poder defenderse en lo que hace. Lee, escribe, suma y resta, pero hasta ahí. El
resto se lo deja a los demás.
Este joven, a la edad de 5 años, comenzó su
vida laboral como vendedor de dulces en una de las esquinas del parque Bolívar,
de la ciudad de Medellín. Y aunque menciona que no le gustaba trabajar porque
prefería quedarse jugando con sus amigos, era algo que le tocaba hacer para que
su mamá, sus hermanos y él no se murieran de hambre.
Tomando como referencia el único oficio que
la vida y sus condiciones económicas y educativas le permitieron vivir, no le
da pena demostrar su condición humilde y sus limitaciones mentales. Siempre
tiene su frente en alto y trata de poner buena energía para que todo lo que se
propone le salga bien. Asevera que de la mano de Dios todo se puede lograr.
Jehová es un aspecto relevante para la vida
espiritual de Jhonier, pues considera que es la fuerza que lo empuja cuando
quiere desistir.
Los fines de semana no madruga a trabajar,
pero sí se levanta temprano para practicar la melodía que tocará en el coro de
la iglesia a la que asiste hace más de dos años (a pesar de sus limitaciones
físicas, Jhonier se destaca por ser el mejor tocando la guitarra e intenta
mejorar cada día más).
Otra de sus fortalezas es su familia, pero
sin duda alguna su madre es la principal fuente de energía en sus días más
agotadores.
Gloria Patricia Ortiz, de 58 años, es una
mujer que pese a la pobreza y al abandono de su marido ha trabajado sin
cansancio para darle una vida buena a sus cuatro hijos. Con el sudor de su frente
logró conseguir el dinero necesario para levantar el ranchito donde vive. Ese fue
el motivo principal que llevó a Jhonier a tomar la decisión de ayudarle a su
mamá en el trabajo y convertirse en su mano derecha.
Con una sonrisa en el rostro y una mirada que
transmite cualquier cantidad de emociones, Jhonier describe a su mamá como ese
ser maravilloso y único de su existencia. Dice que ella es la heroína de su
vida y la mujer a la que le debe el hombre que es hoy.
Por las dificultades de violencia que se
desarrollaron por esa época en el parque Bolívar, Gloria Ortiz tomó la decisión
de trasladarse a otro lugar de Medellín para trabajar. Y es justo allí, cuando
un señor le cedió su puesto en la esquina de Ditaires.
Desde entonces han pasado 12 años y aquel
niño al que todos conocieron desde pequeño cambió: ahora es un hombre de baja
estatura, trozo, de tez morena, cejas abundantes, ojos cansinos y barba un
tanto descuidada, pero la esencia de su niñez aun lo sigue acompañando.
“Él es un niño en un cuerpo de adulto. Por
aquí todos lo apreciamos y cuidamos mucho”, dijo Patricia Lópera, una de las
vendedoras del sector.
Por otro lado, una de sus grandes virtudes es
ser todo un galán con las mujeres y, aunque no tiene novia, tiene muchas amigas
que lo quieren y lo aprecian. De hecho, se ha convertido en la envidia de los
hombres del sector porque es el único que logra sacar, con su forma de ser, una
sonrisa hasta la joven más engreída que pase por ahí.
Jhonier se ha enamorado siete veces, pero
ninguna de las relaciones ha sido totalmente gratificante para él. Sin embargo,
dice que por ahora no está afanado y que Dios es el único que sabe cuando
llegará el momento de conocer a la indicada.
En épocas especiales como Navidad, las personas
tratan de reconocer la labor de este muchacho, así que hacen recolectas de
mercado y ropa. Esos son quizás uno de sus tiempos más agradables porque es
donde puede identificar el cariño que los habitantes del sector le han tomado.
A pesar de las remodelaciones y los cambios
que se han dado en la infraestructura del lugar, la comunidad lo ha apoyado
para que las administrativas y las autoridades de la zona lo dejen trabajar.
El tiempo que ha transcurrido no ha pasado en
vano, las personas del sector lo conocen y lo ven como un personaje
representativo para su comunidad, pero no solo eso, con su carisma se ha sabido
ganar el respeto y el cariño de los habitantes.
Desde las ocho de la mañana hasta las seis de
la tarde se puede ver a un joven de tenis blancos, camisa sencilla y gorra
negra vendiendo en la esquina del paradero de buses del Complex de Itagüí,
resaltando en la distancia la sonrisa que lo caracteriza.
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