Daniela Vallejo:
Un derrumbe fue la
gota que rebosó la copa de dificultades de la familia Vallejo Causil, quienes
hoy en día cuentan sus vivencias con una sonrisa en el rostro.
Después del duro embarazo de la señora Luisa Causil,
madre de Esteban y Daniela Vallejo, sumado al abandono de su esposo y las
molestias causadas por una vecina con delirios de bruja, esta familia tuvo que
armarse de valor para superar una catástrofe que no solo le marcó la vida, sino
que la impulsó a salir adelante.
Esteban: el hijo menor
“Mi hermana estaba en el
mueble acostada viendo televisión, de repente la colina que había detrás de la
vivienda se derrumbó y arrasó con la pared que la protegía, enterrándola
completamente. Escombros, árboles, el muro y una cantidad enorme de tierra cayó
encima de Daniela”.
“Yo, en mi desesperación,
no sabía qué hacer, era tanta la impresión que sentí como mi vida completa se
resumía en segundos y llegaba a su fin, pero a un fin incierto, lleno de
zozobra. Ese fue el único momento en la vida en que mi mente ha estado en
blanco completamente, es una sensación de vacío y soledad tan completa que
nunca voy a olvidar, cuenta Esteban con un aire melancólico y unas cuantas
lágrimas que no puede contener”.
“Me sentía tan inútil,
ver cómo caía más y más tierra encima de mi hermana y no poder hacer nada por
ella, mis fuerzas no eran nada comparadas con las de la naturaleza. Al cabo de
unos minutos llegó mi madre, la tragedia era tan grande que hablaba por sí
sola, las palabras sobraban, pero mi mamá, inconsolable por lo sucedido,
gritaba como nunca antes lo había hecho en su vida, pidiendo ayuda a la gente
que vivía a los alrededores”.
“En medio de su
desesperación no hacía más que decir: ‘Mi niña, mi niña, se me murió la niña’.
Los vecinos aterrorizados se acercaban a observar lo que había pasado, unos
lloraban y consolaban a mi mamá por la muerte de mi hermanita, otros no
perdíamos las esperanzas y con todas las fuerzas cavábamos desesperados
tratando de sacarla y encontrarla viva”.
“Después de largas horas
de búsqueda, uno de los vecinos que luchaba por la vida de Daniela escuchó su voz: “Mami, estoy
bien, pero sáquenme ya”. Con la ayuda de los bomberos, la Policía y los
rescatistas, empezamos a remover los pesados escombros que la tapaban y logramos
desenterrarla de la cintura para arriba, pues sus piernas estaban sepultadas
bajo pedazos muy pesados de adobes y concreto. Daniela seguía ahí, medio enterrada,
mientras mi madre trataba de tranquilizarla, yo la abrazaba y rodeaba
impidiendo que la tierra que aún se deslizaba la volviera a cubrir”.
“Cuando mi papá apareció
lo primero que dijo fue: ‘Se perdieron los huevos que acabé de comprar’. Ese
señor no medía las consecuencias de lo que había sucedido, era como un escombro
más en la vida de mi hermana.”
De esta manera se unieron
las fuerzas para sacar a esta joven de esa tumba improvisada que la naturaleza
le había hecho, pero que no pudo matarla. Cuando Daniela salió, relata Esteban
que su mamá la abrazó con la mayor de las alegrías, pero también con una
inagotable angustia que agitaba su cuerpo ahogándola de tristeza. A pesar de la
magnitud del desastre, Daniela conservaba la calma, aunque cuando vio la
cantidad de gente aglutinada que la miraba entró en pánico al punto de no dejar
de temblar.
Daniela: la hija
“Cuando vi que el muro se
abría en dos, me tapé con la cobija y metí la cabeza en uno de los rincones del
mueble donde estaba acostada, esto fue algo que amortiguó el peso”, cuenta
Daniela mientras recrea los hechos en el sofá de su casa.
No con tanta tristeza como su hermano, ella tiene una luz de esperanza en sus ojos, es mucho más optimista, alienta a su hermano para que deje de llorar y le recuerda repetidamente que es necesario volver al pasado, para recordar todo lo que han superado y lo que van a alcanzar.
No con tanta tristeza como su hermano, ella tiene una luz de esperanza en sus ojos, es mucho más optimista, alienta a su hermano para que deje de llorar y le recuerda repetidamente que es necesario volver al pasado, para recordar todo lo que han superado y lo que van a alcanzar.
“Milagrosamente salí
ilesa de esa catástrofe”, continúa hablando Daniela con una sonrisa en su
rostro, pues aunque sentía un enorme peso encima, “definitivamente era el de
una pluma comparada con la inmensidad de toneladas de tierra que me cubrían y
aunque tenía una inmensa carga emocional, me detuve a pensar por un momento, trate
de estar tranquila y luché por permanecer viva porque sabía que mi familia me
estaba esperando, que no era ese el momento para irme…”
“Hace poco me leí un
libro hermoso que se llama La
insoportable levedad del ser, de Milán Kundera, donde se ilustra de la
mejor manera todo lo que viví ahí enterrada”. ‘La carga más pesada esa que nos
destroza, donde somos derribados por ella, que nos aplasta contra la tierra,
pero al mismo tiempo es la imagen de la más intensa plenitud de la vida.
Cuanto más pesada sea la carga más al ras de la tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su terreno, que sea real solo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes’.”
Cuanto más pesada sea la carga más al ras de la tierra estará nuestra vida, más real y verdadera será. Por el contrario, la ausencia absoluta de carga hace que el hombre se vuelva más ligero que el aire, vuele hacia lo alto, se distancie de la tierra, de su terreno, que sea real solo a medias y sus movimientos sean tan libres como insignificantes’.”
“Eso fue lo que sentí, no la carga de la
tierra sino la carga de la vida, una fuerza que me trajo a la realidad, haciéndome
ver las cosas de otra manera, logrando que naciera de nuevo y me enseñó que las
ilusiones son buenas, pero que no podemos desprendernos de una realidad que
tenemos que enfrentar cada día, no evadiéndola, sino superándola. Ese día vencí
muchos miedos, el temor a la soledad, al fracaso y, el mayor de todos, el miedo
a la muerte”.
“Uno piensa que
sería imposible sobrevivir con tantas toneladas de escombros encima, a mí me
cubrió una montaña completa, con árboles inmensos y un muro de concreto y aquí estoy,
gracias a Dios no me pasó nada. A uno en una situación como esas se le activa ese
instinto de supervivencia que no nos deja desprendernos de la vida, más cuando
sabemos que arriba de todos esos escombros está lo que más amamos, nuestras
familias, nuestros sueños. Esas ganas de vivir no se agotan”.
“La capacidad
física, el estado mental y emocional en una situación así es completamente
distinta a la que se piensa, lo digo por experiencia propia. Sí, hay
preocupación y angustia, pero también una fortaleza interna, que no lo deja a
uno entregarse a la muerte. Morir en una situación así sería fácil si uno se
deja ahogar de la depresión y la desesperación. Pero puede más la vida, en
medio del mal siempre el bien ilumina la oscuridad, por más tinieblas que haya,
uno siempre se aferra a esa luz”.
“No hay que
desistir, con fe se puede lograr hasta lo imposible, sé que es difícil pensar así,
pero en medio de todas las dificultades que he vivido, aprendí a correr
riesgos, a enfrentar la vida sabiendo que no siempre se consigue lo que se
quiere”.
“A veces es mejor
sorprenderse que desilusionarse, no perder la esperanza, pero ser realistas,
suena contradictorio, pero me refiero a que no hay que resignarse antes de
tiempo, cuando todavía existe la posibilidad de alcanzar lo que se sueña, pero
también hay que estar preparados para lo que pueda pasar”.
Doña Luisa: la madre
“El día del derrumbe me
sentí destruida, la niña de mis ojos se había ido, eso fue lo primero que se me
vino a la mente. Yo miraba a mí alrededor y sentía tanto dolor, el dolor de no
poderles brindar otra vida a mis hijos, de darles seguridad, tranquilidad, como
mínimo una vivienda digna, ellos se merecen lo mejor, son muy buenos hijos,
pero no tengo la posibilidad de sacarlos de aquí”.
“Me sentía muy culpable,
dice mirando fijamente a sus dos hijos, en ese momento Daniela y Esteban
empezaron a llorar, se abrazaron, se sentía un ambiente tan triste pero tan
lleno de amor,
sus lágrimas no inspiraban lástima, expresaban agradecimiento y unos inmensos
deseos de salir adelante”.
“El lugar donde está
ubicada la casa, hoy es un barranco, aunque mucho más poblado que antes, agrega
Doña Luisa, pues cuando llegamos solo había una casa más aparte de la nuestra,
pero con una gran diferencia, la casita del lado era de bareque y no hacía
tanto frío ni se mojaba cuando llovía como en la de nosotros. Esta casa no la
escogí yo, me la escogió el destino, pues la usura de los paisas me obligó a
comprar este pequeño terreno que hoy es mi hogar, y que costó exactamente el
dinero que tenía en las manos para asegurarle un futuro a mi familia”.
“Cuando llegué a esta ciudad sintonizaba una
emisora que en aquel entonces se llamaba Nuevo Continente y que hoy se llama
BBN, donde escuchaba las prédicas de un hombre muy sabio. Así fue como conocí
la iglesia del pastor Miguelito, donde empecé a congregarme varias veces a la
semana”.
“Un día tomé la decisión de devolverme a La Costa
para reencontrarme con el padre de mis hijos mayores. Sin embargo, antes del
viaje, Dios me habló y me dijo que no lo hiciera, que él me estaba engañando y
efectivamente era así, pues al cabo de unos días me enteré que vivía con otra
mujer y que todo lo que me decía no eran más que patrañas para quitarme los
niños. Por eso no me quedaba más que vivir aquí”.
“Lastimosamente yo había renunciado a mi
trabajo para irme y esta fue otra de las razones por las que tuve que quedarme,
no tenía dinero para ir a otra parte. En mi casita de cuatro tablas y un piso
de arena sin nada que comer, no podía mantener a mis hijos, entonces decidí
conseguir un nuevo empleo”.
“Empecé a trabajar con una señora cristiana
que tenía una finca cerca de la ciudad y una familia de la iglesia donde yo me
congregaba me cuidaba los niños mientras cumplía con mi labor. Mi nueva patrona
me pagaba el doble de lo que la otra me daba. Estaba ganando trecientos mil
pesos mensuales y con eso compraba lo necesario para mantener a mis dos hijos”.
“Mi vecina más antigua, la señora Amanda, es bruja
y practicaba conmigo sus hechizos, aunque nunca le funcionaron (se ríe a
carcajadas). En ese entonces una de mis hermanas estaba pasando por una muy
mala situación económica en Sincelejo y me pidió que la acogiera con sus dos
hijos en mi casa. Y yo la acepté”.
“Mi hermana no le cayó bien a la bruja –cuenta
mientras prepara un café para amenizar el ambiente– aparte de que vivíamos
apretujados por lo restringido del espacio y la cantidad de personas que estaban
aquí, dormíamos amontonados en las únicas dos pequeñas camas que teníamos, y
encima nos veíamos obligados a aguantarnos a la vecina tirándonos tierra de
cementerio, restos de muertos y hasta “peos químicos” que dejaba en la puerta
de la casa, para no dejarnos dormir, eso además de los constantes insultos que
me gritaba cada vez que salía a trabajar”.
Pone el café en la mesa, inclina su cabeza y
con un gesto de tristeza en su rostro, cuenta que un día los sicarios mataron
el hijo menor de la bruja. “La señora Amanda desconsolada dejó de molestarnos,
pero al cabo de unos días empezó otra vez con sus ofensas”.
“En una ocasión “los Triana” como le llaman a
los matones de este sector, sacaron a la señora Amanda del barrio y le quitaron
la casa, ya que sus otros hijos también andaban en malos pasos y aunque esa es
otra triste historia, por lo menos este hogar pudo descansar de sus insultos”.
“Según la bruja, nos había lanzado una
maldición porque quería vernos muertos. Ella aseguraba que era la culpable del
derrumbe y se reía por eso, pero bueno, eso es algo que no podemos probar, la
gente es muy incrédula y no cree en esas cosas”.
“Mi vecina Amanda hoy en día vive en la
casita que me deseaba, sumida en la miseria y la pobreza, ese es el pago por
sus malos actos. Hoy no le queda más que vivir en la desdicha que un día le
deseo a esta familia”.
“Y así con las bendiciones de Dios logramos
superarnos, mi hijo mayor consiguió un excelente trabajo y me ayudó muchísimo
económicamente. Hoy en día mi casa es más segura, tiene vigas que sostienen la
montaña, y varios muros en adobe que le dan mayor firmeza. Construimos hace
poco el segundo piso y ahora estamos mucho más cómodos, aunque seguimos
corriendo riesgos”.
***
¿No se decepcionó de Dios por tantos
problemas?
“Al contrario, estoy
supremamente agradecida con él, continué mi vida en la iglesia donde serví en
el Departamento de Liberación, encargado de orar por las personas que están
poseídas por demonios. Esa es mi manera de ayudar a la gente y servirle a Dios
por todo su cuidado”.
Se pone en pie, empuña sus manos y con una
fuerte voz afirma que no le da miedo de estos seres, que tiene la autoridad de
Dios para someterlos, y relata que en una ocasión pasó algo muy curioso con un
endemoniado por el que oraban los hermanos de la iglesia y ella. Después de
varias horas clamando por él, uno de los líderes se acercó a su esposa para
pedirle agua, pues estaba cansado de orar por la liberación de este hombre y el
espíritu no salía, justo en ese momento el demonio gritó: “Y a mí tráigame una
coca-colita que esto va pa’ largo”.
Según ella, situaciones como esta son algo
completamente real, pues estos seres del mal existen entre la gente y habitan
en muchas personas que no conocen a Dios. Aún en las iglesias donde al parecer
la gente se consagra, pero que no cuidan su alma del pecado. Supo que tenía
este don cuando quedó embarazada de sus mellizos, y asegura que durante siete
meses sufrió demasiado, ya que los bebés por poco mueren.
Esta era la segunda vez que estos niños
superaban la muerte, ya que antes del derrumbe habían sobrevivido a las serias
complicaciones prenatales de su madre, porque debido a su avanzada edad, el embarazo
fue de alto riesgo, pues su sangre es OB negativo y los bebés estaban muriendo,
debido a que no eran compatibles con ella.
El médico ordenó una curva, que es una
intervención donde le sacan sangre a la madre cada veinte minutos para
inyectársela directamente a los fetos, pero no funcionó, por eso los médicos aconsejaron
hacer la misma intervención con la sangre del padre, para ver si los niños la
aceptaban. Gracias a su fe y constantes oraciones, como asegura ella, ocurrió
un milagro más y los niños crecieron en una semana el equivalente a todas las semanas
que no lo habían hecho, sin necesidad de intervenciones de ningún tipo.
Hoy en día, relata doña Luisa, los muchachos
ya están grandes, tienen 19 años. La casa ahora está mejorada, tiene dos pisos,
varias paredes en adobes, “un piso de madera y un techo en zinc reforzado con ollas
que extendemos como ropa en los lugares donde hay goteras, y donde caen chorros
ponemos baldes que tenemos que cambiar apenas se llenen de agua. Este techo, aunque
ruidoso y bastante caluroso, no nos deja mojar tanto como el de plástico
improvisado que tenía la casa. El derrumbe nos permitió hacer algunas buenas
reformas”.
Sobre
Miguel: el padre
“El papá de los muchachos nos abandonó –cuenta
con otro semblante y deja perder su mirada, se recuesta en el mueble, hace
silencio por algunos minutos y continúa– luego de conseguir un trabajo en el
estadio se convirtió en drogadicto, debido a la influencia de las barras bravas
de Medellín y Nacional. Él vendía papitas dentro de las tribunas”.
“Hoy solo sabemos que vive en el centro de la
ciudad, específicamente en “la calle del pecado” y que es prácticamente un
indigente. Así es la vida, uno piensa que no, pero hasta el hombre más
entregado a Dios puede caer tan bajo como lo hizo mi esposo, es triste verlo así,
pero si él no se deja ayudar yo no puedo hacerlo, y Dios tampoco porque él no
obliga a nadie”.
“Del padre que consentía
estos niños hoy queda poco, quedan los restos de la miseria y maldad humana que
consumió la esencia de este hombre empeñado en salir adelante”.
Doña Luisa es la madre de
Daniela, Esteban, Jhon Jairo y Freddy. Ella es costeña y llegó a esta ciudad huyendo
del maltrato del padre de sus dos hijos mayores: Freddy y Jhon Jairo. Trabaja
como empleada doméstica y le encargó a su padre en Montería que vendiera la
casa que tenía allí, para comprar una en esta ciudad y vivir con sus hijos.
Su padre injustamente
vendió la vivienda y le prestó más de la mitad de la plata de la venta a un
conocido, que aseguraba pagar buenos intereses por el préstamo, algo que a la
larga le serviría mucho a su hija, debido a que los precios de las casas en
Medellín eran mucho más costosos que allí.
Daniela estudió Administración en Salud y se presentó
a la Universidad de Antioquia a Medicina, aunque no pasó, sigue buscando oportunidades
para cumplir con su meta que es salvar vidas. Ella quedó marcada con esta idea
después del derrumbe. Esteban trabaja para ayudarle con los gastos a la madre. Su
mayor anhelo es ser músico, él toca la guitarra y canta en la iglesia, es un
joven soñador que cree firmemente en que será un gran artista.
Esteban, ¿qué piensas de tu casa?
Mi casa no es tan igual como las demás,
con un toque especial y sin muchos lujos que
añorar,
con lo necesario, sin resaltar.
Momentos vividos inolvidables,
historias de risas inmemorables.
Resaltando cuatro paredes y un techo que aún
gotea
donde habita la paz, lo que la mansión más
bella debe envidiar.
Si me quedara escribiendo no terminaría jamás,
hay tantas historias por contar y retos por
terminar,
pero tengo que anunciar, mi casa es la casa
ideal.
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