Por: Manuela Martínez Zuluaga
El Club Billares Makalú
está ubicado una cuadra arriba del parque principal del municipio de Sabaneta.
Don Octavio Mejía, su dueño y sus clientes, que visitan esté lugar hace más de
20 años, cuentan cómo se vive día a día allí. La mayoría de personas pensarán
que es un lugar más de esos donde se encuentran fumadores, alcohólicos,
apostadores, personas que sólo buscan pelear.
Don Octavio es un hombre
alto, canoso de unos 50 años que se dio cuenta de que era un aficionado al
billar y a estar en este ambiente: “Yo me fui a los 20 años a los Estados
Unidos. Duré más o menos 15 años por allá, yo no tenía idea de esto. Cuando
llegué me puse a pensar: ¿qué me pongo a hacer?, ¿qué me pongo a hacer?, cuando
me di cuenta de que el billar estaba en venta lo compré y aprendí de esto y me
gustó y aquí me quedé. Ya llevo 10 años”, cuenta.
Además, tiene otro negocio
en Sabaneta en un sector conocido como Calle Larga y también es de billares y
ajedrez -Billar Club la 76- pero sus amigos dicen algo
muy particular de sus negocios. “Mis amigos me
dicen que esto es ‘playa alta’ y allá es ‘playa baja’. Allá es ‘playa baja’ porque
son muy rumberos y toma trago y acá son más sanos, pero definitivamente esto
acá es una verraquera, todos somos muy amigos. Para mí, esto es un lugar de
encuentro, por ejemplo yo cuento chistes pero muy malos.”
Cuando le piden a don Octavio que
cuente un chiste y se ríe y dice que son muy malos pero termina contándolo “un pollito
se estaba comiendo una lombriz y lo obligaron a casarse con ella”. Hay que
aceptarlo, es muy malo contando chistes.
Desde que se entra a este
lugar se respira un ambiente sano y tranquilo en donde se escucha decir: “¡Ey! Lewis tráeme un
tinto; Lewis, límpieme la mesa cinco; Lewis, cuenta para la mesa 16…”, Y así se
la pasa Lewis todo el día de acá para allá.
Lewis es el mesero de Club
Billares Makalú, un hombre de piel oscura, estatura media de unos 40 años y un
echado pa’ delante, como dice él. Trabaja de 9:00 de la mañana a 6:00 de la
tarde, lleva tres meses allí y dice estar muy amañado con todo lo que es el
lugar y lo que vive ahí: “Este es un lugar donde las personas que vengan van a
encontrar amigos para un buen rato o si lo desean para el resto de su vida. Las
personas que usted ve aquí vienen casi diario, ya uno las conoce y sabe qué va
a pedir cada uno”, dice.
El billar lo abren a las 9:00
de la mañana y lo cierran a las 12:00 de la madrugada, Algunos días en semana
cierran antes de las 10:00 porque no hay mucha clientela, los fines de semana atienden
hasta las 3:00 de la mañana.
En Makalú tienen un
convenio con El Caite, un Centro de Atención Integral para la Tercera Edad, don
Octavio les deja la hora de juego más favorable: normalmente vale $6.000 y a
los señores del Caite se las deja a $3.000. “La verdad no juego mucho porque no
veo muy bien, entonces me ganan”, dice don Octavio
Al Club entra una mujer, aparentemente
es de la calle. Al verla don Octavio cuenta: “Vea a esa mujer, dicen que era la
más hermosa de Sabaneta y de una muy buena familia. Si ve cómo la dejó el vicio…,
¡qué pesar! y ya sólo pide limosna. Cuando la familia la vuelve a recoger, a
bañar y a poner bonita, ella no se deja y vuelve al vicio”.
Don Guillermo es un hombre
de 65 años que asiste al Club hace mas de 29 años y asegura que le gusta ir más que todo porque es
un ambiente tranquilo y muy ameno. Cuenta que el fundador del billar era amigo
de su padre.
Van pasando las horas y el
conversar de los personajes allí presentes siempre llevan a la misma
conclusión: un lugar, para muchos, es digno de llamarse segundo hogar.
Al cerrar sus puertas todos
los allí presentes empiezan a deambular entre las mesas y restos de bebidas que
quedan atrás, se escucha el cerrar de los ajedrez, se apagan los calefactores
de las mesas de billar, se reinician todos los temporizadores, suenan como
maracas la acomodación de los contadores de carambolas, se escucha una voz
fuerte y madura decir: “Hasta mañana señores, ha sido un buen día. Esperemos
que a Lewis le quede mañana el tinto”.
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