lunes, 24 de febrero de 2014

Hace 23 años, Dalí se disfraza de bar en El Poblado


Por: Diana Escobar Villegas

Tercer inning.

En el estadio Fenway Park de Boston (Massachusetts), los Medias Rojas llevan el liderazgo en el último partido contra los Cardenales de San Luis, de la Serie Mundial de las ligas mayores de béisbol.


El estadio irradia la felicidad de los locales viendo ganar a su equipo, pero la tensión también se siente en hogares, restaurantes y bares que sintonizan ansiosos el esperado final. Tres puntos a favor de los bostonianos.

A 4.000 kilómetros de Boston, las calles de Medellín son cubiertas por la sencilla oscuridad de la noche. Luces de color amarillo iluminan la calle 9 con la carrera 42, donde frente a la tienda de adornos y mercería La Reina y a contados pasos del colegio Palermo de San José, se encuentra Rock Café Dalí.

Una línea de parqueaderos cubre el andén de la entrada. Quienes están sentados en las sillas de mimbre en las afueras de Dalí son espectadores de los transeúntes que suben hacia el parque Lleras o bajan hacia la avenida El Poblado.

Es allí, entre el parque El Poblado y el Parque Lleras (dos lugares que ofrecen experiencias completamente distintas), donde está localizado este bar que el jueves 24 de octubre de 2013 cumplió 23 años de ser abierto al público.

El reloj marca las 8 p.m. Mientras fuman sus cigarrillos y conversan, una pareja bebe unas cervezas junto a la puerta del bar.

Al ingresar hacia la derecha, el aviso más antiguo del bar cuelga encima de un sillón doble de cuero negro. Se trata de un troquel en metal con un toque rústico de apariencia oxidada y en cuya base es posible leer (envuelta en una tenue luz amarilla) una reproducción de la rúbrica del pintor realista Dalí.

A la izquierda se encuentran pequeñas mesas de madera con sillas vacías y detrás de ellas, a la altura de los ojos hay cuatro ventanales que dan hacia la acera de la carrera 42, por los que se ven pasar los tacones negros de una mujer.

Desde la barra es posible oír la música que suena moderadamente mientras el televisor transmite el emocionante partido de béisbol entre los Medias Rojas y los Cardenales.
Cuarto inning.

En una silla se encuentra Jorge Iván Escobar, apodado el Cole. Es un hombre de 45 años fanático de los Medias Rojas. Espera la victoria de su equipo con ojos ansiosos. Lleva 15 años frecuentando Dalí. Lo conoció porque los dueños son amigos de su infancia. Hace algunos años dejó de tomar pero asegura que su trago favorito era el coctel emblema de Brasil: la caipiriña.

Dalí nació como un restaurante que se disfrazaba de bar en las noches.
El 24 de octubre de 1990, Ana Toro y Andrés Lopera (estudiantes de Administración de la Universidad Eafit) decidieron convertir un restaurante en bar de rock durante la noche. Alcanzando gran éxito, el restaurante que era propiedad de la mamá de Ana, pasó a convertirse en un bar famoso por la música, su ubicación y sus dueños.

Sin embargo, ambos socios tomaron rumbos distintos después de graduarse. Ana se mudó a Estados Unidos y Andrés empezó a gerenciar un banco.

Así que Dali, abandonado por sus fundadores y a la merced de varios subarrendatarios que no mantuvieron el concepto del bar en su música y el servicio, perdió la fidelidad de su clientela.

En 1998 fue finalmente vendido. Después de un acuerdo amistoso, descomplicado y con facilidades de pago, el negocio quedó en manos de dos jóvenes emprendedores: Juan Carlos Cantillo Jiménez y Álvaro Walter Arboleda Valencia, conocidos por los clientes más cercanos como Cantillo y Vado, respectivamente.

Los Medias Rojas marcan tres carreras más. El partido favorece al equipo local. El Cole salta y da gritos de felicidad. En la silla junto a él, un joven sonríe y responde con brindis las celebraciones. Carlos Ramírez, estudiante de Diseño Gráfico de la Universidad Pontificia Bolivariana, tiene 24 años y viene al bar desde que cumplió su mayoría de edad.

Su mano abraza una botella oscura de etiqueta dorada con el logo de Club Colombia, esa cerveza con la que brinda la victoria de la carrera. Su rostro es iluminado por las lámparas rojas que cuelgan del techo. Con tono de aprecio habla del bar que lo ha acogido constantemente desde que su cédula habita en la billetera.

—¿Cómo llegó al Bar Café Dalí? —le pregunté.

—Mi primo constantemente lo visitaba junto a sus amigos —me dijo— Desde que cumplí la mayoría de edad me empezaron a traer.

—¿Cada cuánto visita el bar? —continué indagando.

Normalmente vengo todos los fines de semana y en vacaciones. Ha habido semanas en las que los únicos días que no he venido han sido los lunes, solamente porque el bar no abre —me contestó.

¿Qué es lo que más le gusta del bar?

Estar en Dalí es como estar en la sala de la casa. Uno se siente en confianza, seguro y protegido en caso de pasarse de tragos. Uno sabe que acá lo cuidan —aseveró.
¿Qué piensa de los ambientes que ofrece el lugar?

Dalí se adapta al plan al que uno venga. Su variedad de ambientes da la posibilidad de vivir experiencias distintas. Si fumas: te sientas en las mesitas de afuera mientras escuchas la música que suena. Si tienes una cita: cuentas con los sillones, mucho más cómodos y personales. Y si vienes con un grupo grande de amigos: puedes juntar varias mesas adentro o afuera frente al parqueadero.

Me siento en la barra y hablo con el barman cuando vengo solo. Es de los poquitos lugares -si no es el único- que realmente se adapta a mis gustos en iluminación, volumen, tipo de música y gente que lo frecuenta.

Sé que usted ha tocado y manejado varios eventos musicales dentro del bar. Cuénteme más al respecto —le pedí.

Acá conocí gente que comparte mis gustos. Entre ellos, mis amigos músicos. Además fue el primer bar en el que toqué en vivo, hemos hecho noches acústicas y a micrófono abierto donde es bienvenido quien quiera cantar o tocar. Esperamos insonorizar el bar para poder hacer conciertos nuevamente sin incomodar a los vecinos de la zona —confesó.

Daniel Gutiérrez, barman de Dalí, trabaja allí hace cinco años, siempre luce una sonrisay es muy amable con los clientes. Cuenta que la clientela es muy variada y que el sitio es visitado por gente desde los 18 hasta los 60 años.

Resalta que, además de la música, la variedad en licores y bebidas es uno de los conceptos principales del bar. Licores vivos, shots, cocteles, cafés con o sin licor, gaseosas, malteadas y diferentes snacks conforman la carta tanto para aquellos que consumen bebidas alcohólicas como para quienes no.

Yo creo que Dalí tiene una ventaja y desventaja a la vez: es un sitio muy underground. No toda la gente lo conoce a pesar de tener 23 años en el mercado”, afirma Daniel mientras sonríe.

Juan Carlos Cantillo llega en medio de la conversación con Daniel y se dirige a él con gran fraternidad y cariño. Dice estar siempre agradecido por la aparición de un barman innovador en productos.

La carta no solo contiene cocteles tradicionales y populares. Cuenta con diferentes inventos producidos en el bar: los conocidos “cocteles de la casa” que llevan nombres como “Pink Floyd”, “El gran tiburón blanco”, “No da nada” (coctel virgen) y en honor a una obra de el mismo Dalí, “Sueño causado por el vuelo de una abeja alrededor de una granada un segundo antes de despertar”, más conocido como “Sueño”.

El juego transcurre con tranquilidad. El quinto y el sexto inning pasan desapercibidos sin marcación nueva. El estadio y el bar siguen expectantes al desarrollo del partido.
En las paredes rústicas cuelgan afiches de todo tipo de eventos de la ciudad, logos de licores nacionales y extranjeros. Las luces tenues iluminan a las personas de forma leve y calmada, mientras los parlantes inundan el lugar con sus ondas musicales.
Suena Like a Stone de Audioslave.

Cantillo afirma: Tenemos muy claro el concepto de la música del bar: rock clásico, alternativo y actual. También algo de rock en español pero, como decimos nosotros, muy seleccionado”.

Valentina Bustamante, mujer de 30 años, ha sido fiel cliente del bar desde 1999. Le gusta fumar afuera y dice que se basa en la continuidad de los conceptos del bar. La música sigue siendo la misma: desde los clásicos hasta lo más nuevo del rock. Las caras de los dueños hacen pensar que es un lugar de tradición, de los pocos que aún quedan en El Poblado (en comparación con el resto de la ciudad)”. La banda británica Supertramp es una de sus preferidas y se encuentra en el playlist del bar.

Solo en las noches frías, Claudia Aponte se sienta en los sillones dentro del bar. El resto del tiempo se ubica en las mesas de afuera con su frecuente grupo de amigos. El coctel favorito de esta doctora de 31 años es el “Pink Floyd”. Le gusta el ambiente de amabilidad que existe entre la gente que lo visita y de quienes lo atienden.

Canta Psycho Killer a todo pulmón.

Séptimo inning

Los Cardenales marcan su primera carrera en un intento de reivindicación ante sus rivales. En la distancia, el Cole sufre junto a los bostonianos presentes en el estadio. Las ansias carcomen las entrañas.

Afuera, en la esquina de la calle 9 con carrera 42, Edgar y Daniela se encuentran sentados en unas escaleras.

Hace 25 años, Édgar trabaja en la zona con su bayeta roja. Lleva 8 años frente a Dalí. Le gusta la tranquilidad de los clientes y los pocos encuentros con borrachos malucos.
Daniela tiene 22 años y un hijo de seis. Sostiene su familia con las ventas de su caja llena de cigarrillos, chicles y mentas con los que surte a los fumadores de la calle, pero principalmente a los clientes del bar.

“Vado fuma Green Light y Cantillo fuma Boston. Me colaboran mucho: me guardan la caja, me dan tinto, agua y capuchinos. La gente que viene al bar es gente bien, no pelean, son tranquilos y muy amables”, asegura Daniela. Por su parte, Édgar los cataloga como bacanes y divertidos.

Octavo inning.

No más carreras.

Noveno inning: el tablero marca 6-1.

Termina el partido: los Medias Rojas derrotan a los Cardenales. Boston brinca y grita. Una victoria más para la ciudad. La alegría se traslada al bar. Todos celebran.

Dalí comparte la alegría de los vencedores. La música sigue sonando. Un nuevo brindis bien merecido. La final de la Serie Mundial de las Ligas Mayores amenizó la noche en el Rock Café Dalí de Medellín. Una vez más es evidente la fraternidad, la amistad y la familiaridad que se viven en el bar.

Pie de foto 1: Vista exterior de Dalí
Pie de foto 2: Interior de Dalí
Pie de foto 3: Cantillo (izquierda) y Vado (derecha), dueños y administradores del bar.

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