lunes, 24 de febrero de 2014

Del pueblo al Puerto


Terminó otro de sus ensayos. Baja la batería pieza por pieza con destreza ‒con el tiempo se aprende a hacerlo sin dificultades‒ cuidando no caerse por las escaleras del bloque 30 de la Universidad Eafit. Acababa de llegar de una gira que hizo por varias ciudades de México y seguía tocando a pesar del cansancio de los eventos.


Didier Martínez es uno de los integrantes de Puerto Candelaria, un grupo antioqueño de jazz fusión y cumbia underground al que ingresó en el 2009, cuando tenía 22 años de edad.
Las inmensas piezas de la batería ocultan su rostro. Solo se puede ver el pelo por encima de uno de los platillos. Como de costumbre, lleva jeans, camiseta y zapatos deportivos. Unas grandes gafas, el pelo en punta y la barba lo hacen lucir un poco mayor. De no ser por estas tres características, parecería un niño.

Hubo un pueblo antes del Puerto…

Tenía siete años cuando llegó una practicante de docencia a su salón de primaria. “Nos enseñó a tocar una canción que decía ‘el gran pabellón, el gran pabellón, el gran pabellón de la ciudad de Bogotá’. En percusión es lo mismo ‒lo toca sobre la mesa‒ y me acuerdo que yo fui de los primeros que pudo tocar todo. Ahí pensé: ‘Uy, pude. Que chévere’,  pero igual no había banda ni nada de eso. Desde ese momento supe que la música era para mí y me empecé a interesar mucho en ella”, manifiesta Didier.

“Eran como redoblantes: uno llevaba una olla, se la colgaba con una correa y tocábamos con lo que fuera ‒se ríe‒. Eso era súper chistoso… hasta que los compraron”.

Tenían formada la banda de la primaria pero no había un solo instrumento para ellos. Aun así, iniciaron el proyecto en el colegio y Didier entró a formar parte de él. Era algo que había esperado con ansias desde la primera vez que tocó el ritmo de aquella canción.

Fue la primera reunión de la banda y todos tenían que escoger qué querían tocar. Didier, por su parte, siempre tuvo una conexión con los instrumentos de percusión.

“Yo quería tocar el instrumento que tocaba Luis Andrés. Era un tambor grande que sonaba bajo. Se le conoce como timba y se toca con dos mazos de bombo aquí abajo -y pone sus manos como si tuviera en ese momento el instrumento con él, lo toca en el aire y emite el ritmo con la boca- Yo quería tocar eso porque se hacían muchas cosas con las manos y sonaba bacano”, me contó Didier.

Sin embargo, nadie se postuló cuando el profesor pidió candidatos para hacerse cargo de la batuta, así que él se ofreció. “Nadie levantaba la mano y yo sentía que me decía a mí mismo ‘levanta la mano, levántala, levántala, levántala…’ -y la levantó- entonces fui batutero un tiempo”.

Al poco tiempo de haber comprado los instrumentos, “me fui de sapo al ensayo de percusión”, confesó.

Ese día se sentó junto a ellos. Muchos eran sus amigos y empezaron a enseñarle ritmos fáciles. Todos ejecutaban los instrumentos pero Didier los hacía con mayor facilidad. Su profesor se sorprendió gratamente hasta el punto de haberle propuesto ser jefe de percusión.

Didier nació en Oiba, un municipio de Santander. Es una pequeña población de aproximadamente 10.500 habitantes. Allá no había profesores formales de música. Quienes enseñaban tenían conocimientos mínimos y para sus padres resultaba poco creíble escuchar sobre las habilidades de su hijo. “El director de la banda le dijo a mis papás. Me compraron unas congas porque eran baratas y también porque conseguirme la batería era complicado”, relata Didier.

Pero, ¿sí le dieron la batería?

“Eso fue un rollo para que me la dieran. Como mis papás pensaron que eso se me iba a pasar con el tiempo, temían comprármela. Sin embargo, ya cuando tenía 12 años, vieron que sí me gustaba y que era en serio que quería tener la música dentro de mi vida, y me la compraron”, relata Didier.

Nunca había visto una batería física, solo las que pasaban por televisión. Las congas y ollas eran lo más parecido que tenía. No había internet y menos en una población tan pequeña. Aprendió a tocar cosas de un libro y entrenó su oído sin saber lo que hacía. Didier revela: “No me atrevía a tocar salsa porque eso parecía muy difícil, además no sabía bailarla. Yo pensaba que si era difícil de bailar, tocarla era tres veces peor.”

Primer grupo, primera paga

“Tuvimos un grupo que se llamaba Éxtasis y nos llevaban a tocar a las veredas que quedaban cerca de Oiba y también a algunas actividades en el parque”, comenta Didier.
Una vez los llevaron por las carreteras destapadas del municipio. El vehículo saltaba cada vez más fuerte y en la parte trasera sonaban los platillos de su batería. Le asustaba que se dañaran pero al final, cuando terminaron de tocar, los reunieron y le dieron 20.000 pesos a cada uno.

“Eso fue increíble –dice-. Todos nos sorprendimos y mucho más yo. No sabía que además de poder hacer lo que me gustaba, me pagaban. Esa plata la guardé y ahorraba todo lo que nos pagaban en los conciertos. De ahí en adelante compré todo lo que necesitaba. Lo primero fue un platillo de acompañamiento que todavía conservo. Es más, estamos tocando en Puerto con ese”.

“Nunca quise estudiar otra cosa”

“Decidí estudiar música a los 12 años y no me arrepiento de haberlo hecho”.
Alguna vez pensó en estudiar Derecho, pero expresa: “Menos mal me arrepentí de estudiar eso. Tenía que leer mucho. Además, me aburría la idea de tener que encorbatarme y peinarme bien. La música era lo que me llenaba”.

Y así fue como en el 2002 se graduó del colegio y se presentó a la Universidad Autónoma de Bucaramanga (Unab). “Cuando fui a presentarme, uno de mis amigos que acababa de terminar su audición, me dijo: ‘toqué algo de rock y después bossa nova’. No entendí nada cuando él me dijo eso y me asusté más de lo que ya estaba. No tenía ni idea de cómo era que se tocaba el bossa nova porque nunca antes lo había escuchado.

Cuando entré me dijeron que tocara cualquier cosa, así que le di duro a eso. No me acuerdo lo que toqué. Creo que fue tan espontáneo que no me di cuenta de lo que pasaba. Terminé y esperé los resultados. Finalmente, pasé a la carrera de Música”-  narra Didier.

Nunca tuvo clases formales de batería pero eso no lo desmotivó. Siempre pensó que llegaría a ser grande con ayuda de la música y sigue pensándolo hasta el día de hoy.

Medellín, el Puerto

Cuando Didier estaba en el tercer semestre de la carrera, su padre consiguió un trabajo en Medellín. Entonces tuvo que mudarse y buscar dónde estudiar.

“Fui a la de Antioquia y después a Eafit. Indudablemente, me gustó mucho la segunda. Además de ser muy bonita, era reconocida y el programa de Música es muy fuerte allí. Entonces hablé con el jefe de carrera. Estaba muy emocionado pero me desanimé cuando me dijo que no tenían un énfasis en batería. Entré a tocar percusión sinfónica con la idea de cambiarme cuando abrieran el pregrado en jazz, pero nunca lo abrieron”.

Ahí conoció a Juan Guillermo Aguilar, un percusionista integrante de Puerto Candelaria. Le propusieron que tocara con ellos y él accedió.

“Puerto reunía todo lo que yo esperaba. Siempre soñé con viajar mucho y mostrar lo que es Colombia a través de la música. Anhelaba eso desde que era niño y entrar a Puerto fue como si el destino me hablara. Yo presentía que iba a poder cumplirlo algún día y aunque ya esté cumpliéndolo, quiero seguir anhelándolo con más ganas”, asegura Didier.

La música es su vida

Él confiesa: “Me trasporto cuando me siento a tocar batería. Es la mejor sensación que puedo tener. Siento que ese momento es mío y que puedo ver a la gente feliz cuando logro transmitir la energía. Siento ganas de saltar, gritar fuerte y mover los brazos. Me gusta ver cuando la gente se ríe con nosotros y puede encontrarse gracias a nuestra música. Aunque no los logre ver en los conciertos, sé que están felices y eso me llena”.


Pie de foto 1: Durante la grabación del DVD: “Amor y deudas” en el Teatro Pablo Tobón Uribe.
Pie de foto 2: Didier intepretando la “La tusa”, uno de los temas más solicitados en los conciertos de Puerto Candelaria.
Pie de foto 3: Carátula de “Cumbia rebelde”, primer álbum de Puerto Candelaria en el que Didier participó.
Pie de foto 4: Después de tocar con tapas y correas, Didier consiguió tener su batería. 

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