“Cuando a mí me preguntan de qué equipo soy hincha, mi respuesta es y siempre será: ¡SOY DEL MÁS GRANDE!”
El Felo: pintado por una pasión
Por: Paula Molina Olarte
Aficionados
al fútbol muchos, barristas miles, pero aquel joven que pagó más de dos
millones de pesos por tener la camiseta del “verde” es el ejemplo perfecto de
amor incondicional y locura.
Han
pasado ya seis años desde aquella noche, Atlético Nacional bicampeón de la Liga
Postobón, los barristas bebiendo en la carrera 70, El Felo, que hacía parte del
combo de La Mafia 1989, era el único del grupo que todavía no llevaba al equipo
grabado en la piel y sus amigos estaban empeñados en recordárselo.
En
aquella celebración de la décima estrella, entre copa y copa de aguardiente,
pasó a algunos metros otro hincha con la camiseta de Andrés Escobar. Fue en ese
momento que el Felo, decidido, supo que se quería pintar.
“¡Qué
chimba yo con ese dos en la espalda! Me voy a tatuar la camiseta del verde”,
dijo.
En
este país donde nos caracterizamos por querer meter las narices hasta donde no
nos corresponde, no era de extrañar que aquel comentario se regara por las calles
rápidamente. La mayoría no le creyó, se burlaron incluso de esa idea ilusa
donde ni la plata ni la fuerza le iba a alcanzar al muchacho para cumplir su
palabra.
Sin
embargo, si la gente se hubiera detenido un momento a ponerse en sus zapatos no
les habría cabido la duda de que esa afirmación insignificante no solo se iba a
hacer realidad, sino que también iba a cambiarle la vida.
Muchos
periodistas ya habían escrito sobre él, pero algo me decía que aún había
demasiado por contar. Era 4 de septiembre de 2013, ese día Atlético Nacional
jugaba de local, había quedado de verme con el Felo a las 3:00 p.m. en el
centro comercial El Obelisco, al frente del Estadio Atanasio Girardot. Por lo
que había escuchado, iba a encontrarme con alguien poco cuerdo y bastante
irracional.
Repasé
varias veces las preguntas y después de un rato vi cómo se me acercaba alguien.
Camisa tipo polo, bien motilado, en general bastante normal. Nos saludamos,
pedimos unas cervezas y nos dedicamos tres horas a hablar.
-
¿Y
por qué Felo?
-
Por
Felipe, pero cuando hablo en voz alta somos personas distintas. Felipe es mi
lado racional y más bien el Felo es el que está loco, desde siempre ha sido
así.
Felipe
Álvarez Henao nació en Medellín el 1 de julio de 1985. Su madre María Patricia
Henao Chalarca lo crio a él y a su hermana en su casa ubicada en el barrio
Campo Valdés, en la zona nororiental de la ciudad. Fue ella quien le inculcó el
amor por Atlético Nacional. Recuerda él que en las navidades los regalos tenían
que ver con el fútbol, más específicamente con este equipo: un balón, una
camiseta, el uniforme, los afiches; de estos últimos en su cuarto aún cuelgan
dos.
La
primera vez que fue al estadio tenía 14 años, era mitad de semana y estaba en
horario escolar, pero como siempre había sido indisciplinado sabía de un hueco
en la reja del Marco Fidel Suárez por donde él y un amigo salieron sin permiso
a ver jugar al “verde”. Después de ese día Felipe se enamoró de la tribuna
popular.
Doña
María Patricia, que trabajaba de cocinera en Hatoviejo, no tenía problema en
darle gusto regalándole las boletas para ir a ver jugar al equipo, hasta que
una tarde, pasados ya varios problemas, se involucró en una pelea con unos
hinchas del Medellín y lo devolvieron para la casa con todos los papeles del
colegio.
La expulsión de Felipe afectó gravemente a su madre que esperó por su llegada con todas sus cosas empacadas en una bolsa al pie de la puerta de la casa.
La expulsión de Felipe afectó gravemente a su madre que esperó por su llegada con todas sus cosas empacadas en una bolsa al pie de la puerta de la casa.
Siendo
todavía menor de edad, cogió sus cosas y se fue a vivir con su abuela, doña
Amparo. Ella le ayudaba a lavar la ropa, tendía su cama, le hacía la comida y
más tarde sería quien le aplicaría las cremas para cuidar su tatuaje. A pesar
de que Felipe estaba agradecido, desde el día que se fue de su casa tomó la
decisión de que en la vida las cosas se las iba a ganar solo.
Influenciado
por el ambiente en el que le tocó crecer, Felo todavía sin tener 18 años se
involucró en el negocio de las drogas, sobre todo vendiendo perico, entonces
fue detenido por la Policía dos veces, una antes y la otra después de cumplir
la mayoría de edad. Pasados estos incidentes salió decidido a que esa no era la
vida que quería para él.
“Llegó
un momento en mi vida en el que me tocó escoger entre ser delincuente o ser
barrista. Todavía hoy digo que prefiero hacerme matar por un trapo que vivir en
la cárcel o que le digan a mi mamá que me morí por cometer un delito”.
De
ahí en adelante le dio un giro a las cosas. Como le gustaba aprender, pidió
prestada plata a un amigo y comenzó a estudiar nuevamente por las tardes y a
trabajar en las mañanas en una ferretería. Salió adelante e incluso unos años
más tarde regresó a vivir nuevamente con su madre, ya consciente de que tenía
responsabilidades.
La
relación con su madre mejoró, doña María Patricia nunca estuvo en contra de que
hiciera parte de la barra, después de todo había sido ella quién le había
inculcado la pasión por Nacional. A veces se preocupaba un poco porque Felipe
llegaba a la casa golpeado, pero sabía que era mejor que peleara en nombre del
equipo a que estuviera en las calles actuando como un criminal. Aun así, nada
la hubiera preparado para aquel día que su hijo llegó a decirle que iba a
tatuarse toda la camisa en honor a Andrés Escobar.
Felipe
Muñoz, uno de los líderes de Los del Sur, fue quién le dio el primer apoyo: “Me
interesó ayudarle porque supe que estaba ante un acto de amor jamás visto,
ninguna hinchada del mundo tiene un loco que se haya tatuado la camiseta del
equipo en tamaño real”. Así fue como
recogieron un millón de pesos entre los hinchas, otro millón lo patrocinó el
Atlético Nacional y el resto del dinero le correspondió conseguirlo al
Felo.
Sin
haberse hecho ningún tatuaje antes, Felo se sometió a 26 larguísimas sesiones
con dos tatuadores al tiempo, en un estudio ubicado en la calle 10. En algunas
ocasiones el dolor era tan intenso que debía drogarse para poderlo soportar.
Estas
citas terminaron justo un día antes de que fuera el día del hincha de Nacional.
Aquella mañana, que expuso su tatuaje al sol, se alcanzaron a hacer algunos
daños en el mismo. Todavía la camisa no está terminada, dice él que cuando
ahorre el dinero para acabar el dibujo en su piel se hará los retoques que
necesitan algunas de las franjas verdes. Alzando su camisa muestra el desgaste
de la tinta en sus costados, pero en términos generales la ilustración
permanece intacta.
No
habían pasado demasiadas visitas al estudio del tatuador y ya varios
periodistas estaban interesados en su historia. La fama se le fue viniendo
encima, sus amigos de Facebook pasaron de cien a cuatro mil en un par de
semanas, fue en ese momento que Felipe presintió que aquella atención no iba a
ser tan buena.
Mientras
muchos buscan la forma de llamar la atención, al Felo la fama lo incomodaba,
aún se le hace extraño que la gente se le acerque a tomarse fotos e, incluso,
que algunos fanáticos le pidan autógrafos. Sin embargo, la línea entre lo
positivo y negativo de este reconocimiento en ocasiones es algo difusa, a veces
siente que no puede ser el mismo y eso le impide realizar muchas cosas que
hacía antes.
“Ya
la gente dice: es que el de la camiseta hizo eso, pero nadie sabe en realidad
como soy yo. A mí lo que más me incomoda es que la gente me tiene como
un loco, es verdad que a veces soy conflictivo pero eso no significa nada, no
es solo violencia y eso, ¿me entendés?”
De barrista pasó
a ser ícono, una imagen visible de Los del Sur que en varias ocasiones ha
demostrado que al estadio no se va a ser violento sino a apoyar al equipo.
A pesar de que sus amigos del barrio a veces no comprenden su pasión, no quiere decir que esto sea motivo de conflicto. Incluso en una ocasión Felo tuvo una relación con una hincha del Medellín, ejemplo perfecto para demostrar que no necesariamente ser de diferentes barras o no compartir las pasiones es sinónimo de no poder convivir unos con otros.
A pesar de que sus amigos del barrio a veces no comprenden su pasión, no quiere decir que esto sea motivo de conflicto. Incluso en una ocasión Felo tuvo una relación con una hincha del Medellín, ejemplo perfecto para demostrar que no necesariamente ser de diferentes barras o no compartir las pasiones es sinónimo de no poder convivir unos con otros.
Atlético
Nacional se volvió su estilo de vida, Los del Sur se convirtieron en su segunda
familia, gracias a ellos Felipe trabajó en guías de ciudadanía y obtuvo la
libreta militar, se disfrazó de payaso en un diciembre para alegrar a los niños
de la comuna nororiental, acompañó a los barristas a pintar la carrera 70.
Hicieron
falta no solo pasos, sino saltos inmensos para llegar a donde está, pero si por
pintarse la camisa de lo que ama en la piel, si por cantar más fuerte que
muchos en la tribuna popular, si por sentirse identificado con un trapo y un
equipo, la gente va a llamarlo loco, que cargue entonces ese adjetivo con
orgullo.
Pues
por ser como es a nadie le quedará la duda de que así como aquel día decidió
tatuarse la camiseta del verde, de esa misma manera lo veremos en algunos años
cumpliendo sus sueños de tener un trabajo estable, una esposa y un niño hincha
del Nacional.
Ya
son las 6:00 p.m. de aquel 4 de septiembre. El Felo, que llegó a la entrevista
aquel día con ropa normal, se despide diciendo que nos vemos en la tribuna
popular sur, es allí cuando se quita la camisa que lleva, ríe de mi gesto de
asombro y se aleja portando con orgullo el tatuaje del ¨verde¨ que llevará para
siempre en su piel.
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