domingo, 16 de febrero de 2014

El Felo: pintado por una pasión


Cuando a mí me preguntan de qué equipo soy hincha, mi respuesta es y siempre será: ¡SOY DEL MÁS GRANDE!”       

                                                    El Felo: pintado por una pasión 

Por: Paula Molina Olarte

Aficionados al fútbol muchos, barristas miles, pero aquel joven que pagó más de dos millones de pesos por tener la camiseta del “verde” es el ejemplo perfecto de amor incondicional y locura.


Han pasado ya seis años desde aquella noche, Atlético Nacional bicampeón de la Liga Postobón, los barristas bebiendo en la carrera 70, El Felo, que hacía parte del combo de La Mafia 1989, era el único del grupo que todavía no llevaba al equipo grabado en la piel y sus amigos estaban empeñados en recordárselo.

En aquella celebración de la décima estrella, entre copa y copa de aguardiente, pasó a algunos metros otro hincha con la camiseta de Andrés Escobar. Fue en ese momento que el Felo, decidido, supo que se quería pintar.

“¡Qué chimba yo con ese dos en la espalda! Me voy a tatuar la camiseta del verde”, dijo.
En este país donde nos caracterizamos por querer meter las narices hasta donde no nos corresponde, no era de extrañar que aquel comentario se regara por las calles rápidamente. La mayoría no le creyó, se burlaron incluso de esa idea ilusa donde ni la plata ni la fuerza le iba a alcanzar al muchacho para cumplir su palabra.

Sin embargo, si la gente se hubiera detenido un momento a ponerse en sus zapatos no les habría cabido la duda de que esa afirmación insignificante no solo se iba a hacer realidad, sino que también iba a cambiarle la vida.

Muchos periodistas ya habían escrito sobre él, pero algo me decía que aún había demasiado por contar. Era 4 de septiembre de 2013, ese día Atlético Nacional jugaba de local, había quedado de verme con el Felo a las 3:00 p.m. en el centro comercial El Obelisco, al frente del Estadio Atanasio Girardot. Por lo que había escuchado, iba a encontrarme con alguien poco cuerdo y bastante irracional.

Repasé varias veces las preguntas y después de un rato vi cómo se me acercaba alguien. Camisa tipo polo, bien motilado, en general bastante normal. Nos saludamos, pedimos unas cervezas y nos dedicamos tres horas a hablar.

-       ¿Y por qué Felo?

-       Por Felipe, pero cuando hablo en voz alta somos personas distintas. Felipe es mi lado racional y más bien el Felo es el que está loco, desde siempre ha sido así.

Felipe Álvarez Henao nació en Medellín el 1 de julio de 1985. Su madre María Patricia Henao Chalarca lo crio a él y a su hermana en su casa ubicada en el barrio Campo Valdés, en la zona nororiental de la ciudad. Fue ella quien le inculcó el amor por Atlético Nacional. Recuerda él que en las navidades los regalos tenían que ver con el fútbol, más específicamente con este equipo: un balón, una camiseta, el uniforme, los afiches; de estos últimos en su cuarto aún cuelgan dos.

La primera vez que fue al estadio tenía 14 años, era mitad de semana y estaba en horario escolar, pero como siempre había sido indisciplinado sabía de un hueco en la reja del Marco Fidel Suárez por donde él y un amigo salieron sin permiso a ver jugar al “verde”. Después de ese día Felipe se enamoró de la tribuna popular.

Doña María Patricia, que trabajaba de cocinera en Hatoviejo, no tenía problema en darle gusto regalándole las boletas para ir a ver jugar al equipo, hasta que una tarde, pasados ya varios problemas, se involucró en una pelea con unos hinchas del Medellín y lo devolvieron para la casa con todos los papeles del colegio.

La expulsión de Felipe afectó gravemente a su madre que esperó por su llegada con todas sus cosas empacadas en una bolsa al pie de la puerta de la casa.

Siendo todavía menor de edad, cogió sus cosas y se fue a vivir con su abuela, doña Amparo. Ella le ayudaba a lavar la ropa, tendía su cama, le hacía la comida y más tarde sería quien le aplicaría las cremas para cuidar su tatuaje. A pesar de que Felipe estaba agradecido, desde el día que se fue de su casa tomó la decisión de que en la vida las cosas se las iba a ganar solo.

Influenciado por el ambiente en el que le tocó crecer, Felo todavía sin tener 18 años se involucró en el negocio de las drogas, sobre todo vendiendo perico, entonces fue detenido por la Policía dos veces, una antes y la otra después de cumplir la mayoría de edad. Pasados estos incidentes salió decidido a que esa no era la vida que quería para él.

“Llegó un momento en mi vida en el que me tocó escoger entre ser delincuente o ser barrista. Todavía hoy digo que prefiero hacerme matar por un trapo que vivir en la cárcel o que le digan a mi mamá que me morí por cometer un delito”.

De ahí en adelante le dio un giro a las cosas. Como le gustaba aprender, pidió prestada plata a un amigo y comenzó a estudiar nuevamente por las tardes y a trabajar en las mañanas en una ferretería. Salió adelante e incluso unos años más tarde regresó a vivir nuevamente con su madre, ya consciente de que tenía responsabilidades.

La relación con su madre mejoró, doña María Patricia nunca estuvo en contra de que hiciera parte de la barra, después de todo había sido ella quién le había inculcado la pasión por Nacional. A veces se preocupaba un poco porque Felipe llegaba a la casa golpeado, pero sabía que era mejor que peleara en nombre del equipo a que estuviera en las calles actuando como un criminal. Aun así, nada la hubiera preparado para aquel día que su hijo llegó a decirle que iba a tatuarse toda la camisa en honor a Andrés Escobar.

Felipe Muñoz, uno de los líderes de Los del Sur, fue quién le dio el primer apoyo: “Me interesó ayudarle porque supe que estaba ante un acto de amor jamás visto, ninguna hinchada del mundo tiene un loco que se haya tatuado la camiseta del equipo en tamaño real”. Así fue como recogieron un millón de pesos entre los hinchas, otro millón lo patrocinó el Atlético Nacional y el resto del dinero le correspondió conseguirlo al Felo. 

Sin haberse hecho ningún tatuaje antes, Felo se sometió a 26 larguísimas sesiones con dos tatuadores al tiempo, en un estudio ubicado en la calle 10. En algunas ocasiones el dolor era tan intenso que debía drogarse para poderlo soportar.

Estas citas terminaron justo un día antes de que fuera el día del hincha de Nacional. Aquella mañana, que expuso su tatuaje al sol, se alcanzaron a hacer algunos daños en el mismo. Todavía la camisa no está terminada, dice él que cuando ahorre el dinero para acabar el dibujo en su piel se hará los retoques que necesitan algunas de las franjas verdes. Alzando su camisa muestra el desgaste de la tinta en sus costados, pero en términos generales la ilustración permanece intacta.

No habían pasado demasiadas visitas al estudio del tatuador y ya varios periodistas estaban interesados en su historia. La fama se le fue viniendo encima, sus amigos de Facebook pasaron de cien a cuatro mil en un par de semanas, fue en ese momento que Felipe presintió que aquella atención no iba a ser tan buena.

Mientras muchos buscan la forma de llamar la atención, al Felo la fama lo incomodaba, aún se le hace extraño que la gente se le acerque a tomarse fotos e, incluso, que algunos fanáticos le pidan autógrafos. Sin embargo, la línea entre lo positivo y negativo de este reconocimiento en ocasiones es algo difusa, a veces siente que no puede ser el mismo y eso le impide realizar muchas cosas que hacía antes.

Ya la gente dice: es que el de la camiseta hizo eso, pero nadie sabe en realidad como soy yo. A mí lo que más me incomoda es que la gente me tiene como un loco, es verdad que a veces soy conflictivo pero eso no significa nada, no es solo violencia y eso, ¿me entendés?”
De barrista pasó a ser ícono, una imagen visible de Los del Sur que en varias ocasiones ha demostrado que al estadio no se va a ser violento sino a apoyar al equipo.

 A pesar de que sus amigos del barrio a veces no comprenden su pasión, no quiere decir que esto sea motivo de conflicto. Incluso en una ocasión Felo tuvo una relación con una hincha del Medellín, ejemplo perfecto para demostrar que no necesariamente ser de diferentes barras o no compartir las pasiones es sinónimo de no poder convivir unos con otros.

Atlético Nacional se volvió su estilo de vida, Los del Sur se convirtieron en su segunda familia, gracias a ellos Felipe trabajó en guías de ciudadanía y obtuvo la libreta militar, se disfrazó de payaso en un diciembre para alegrar a los niños de la comuna nororiental, acompañó a los barristas a pintar la carrera 70.

Hicieron falta no solo pasos, sino saltos inmensos para llegar a donde está, pero si por pintarse la camisa de lo que ama en la piel, si por cantar más fuerte que muchos en la tribuna popular, si por sentirse identificado con un trapo y un equipo, la gente va a llamarlo loco, que cargue entonces ese adjetivo con orgullo.

Pues por ser como es a nadie le quedará la duda de que así como aquel día decidió tatuarse la camiseta del verde, de esa misma manera lo veremos en algunos años cumpliendo sus sueños de tener un trabajo estable, una esposa y un niño hincha del Nacional.

Ya son las 6:00 p.m. de aquel 4 de septiembre. El Felo, que llegó a la entrevista aquel día con ropa normal, se despide diciendo que nos vemos en la tribuna popular sur, es allí cuando se quita la camisa que lleva, ríe de mi gesto de asombro y se aleja portando con orgullo el tatuaje del ¨verde¨ que llevará para siempre en su piel.


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